miércoles, 29 de septiembre de 2010

Los codiciados paja toquilla

Destreza y dolor. Manuel Alarcón, emplea un mes elaborando un fino, cuando otros tardan tres meses, gracias a la destreza que desarrolló desde los 10 años por iniciativa de su padre, quien aplicó severos métodos para que aprendiera a trenzar con las largas uñas de los pulgares.
Es un accesorio terso y liviano conocido mundialmente como Panama hat (sombrero Panamá), debido a que miles fueron importados desde Ecuador para obreros que construyeron el Canal de Panamá a comienzos del siglo XX.

Las exportaciones de este producto aumentan sostenidamente. Entre enero y julio del 2010 sumaron 5,4 millones de dólares, en el 2009 fueron 6,9 millones y 4,8 millones en el 2008.
Experiencia. Pastor Mero es uno de los más antiguos artesanos de los talleres en La Pila, cerca de Montecristi, en la compleja confección de los paja toquilla.
Los sombreros de paja toquilla de mejor calidad se confeccionan en el apacible cantón Montecristi, en Manabí y los principales mercados son Estados Unidos, Brasil, México, la Unión Europea y Japón, aunque comercializadores como la estadounidense Brent Black aseguran tener clientes en medio centenar de países.

La prenda ganó relevancia cuando el presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt, la usó durante una visita a la construcción del Canal. “La gente se quedó admirada y lo convirtió en moda”, cuenta Rosendo Delgado, uno de los más reputados tejedores del sombrero.

Dedicación. Mero se encarga de prensar la paja que, previamente, ha sido cocinada, secada, sahumada con azufre para blanquearla y escogida cuidando que el color sea idéntico.
Delgado, de 85 años y dedicado a este arte desde los 17, no oculta la molestia por la equivocada denominación que, a su juicio, merecería una ‘protesta’ oficial, porque “se están robando una industria”.

En su modesto taller y almacén, este hombre, cuya familia teje desde hace dos siglos, evoca con orgullo que el sombrero Montecristi ha sido usado por personalidades como el primer ministro británico Winston Churchill y el mandatario estadounidense Harry Truman.
Minuciosidad a la hora de elaborar los ‘finos’. Victoria Pachay, artesana de Montecristi, recuerda que el brasileño João Havelange, cuando fue presidente de la FIFA, fue hasta su tienda para comprar un superfino.
Las manos de estos artesanos humildes tejen el glamour de ricos y famosos dispuestos a pagar hasta 35.000 dólares por una de sus joyas, como el Fedora Clásico, entre los más apreciados.

“Los gringos compran sumamente barato”, reflexiona Delgado sin amargura sobre el abismo entre precios, que en casos más moderados van de los 80 a los 1.200 dólares para una pieza adquirida en su tienda.
Selección de los más finos. En la tienda de Rosendo Delgado, donde se emplean las fibras más delgadas, un sombrero cuesta $ 800, pero en Estados Unidos la cifra se multiplica por 44.
La brecha es todavía más amplia con respecto a Manuel Alarcón, un artesano de 76 años que provee a Delgado y recibe $ 200 por un fino y $ 300 por un superfino, que en el estante de su amigo –dedicado ahora a la difícil tarea de curar los accesorios– suben a $ 500 u $ 800.

Alarcón lamenta que la tradición se esté perdiendo entre los jóvenes, muchos de los cuales han emigrado porque con lo que se gana al mes “no alcanza”.

Fuente: eluniverso.com

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