viernes, 24 de agosto de 2012

Noches en Puerto Ayora


La roca al revés. Nadie sabe la razón. The Rock es un bar-restaurante ubicado frente a la Capitanía.
Texto y fotos: Mauricio Torres, especial para La Revista
Un recorrido por una faceta de las Islas Galápagos que es parte de las aventuras turísticas.
Obviamente quien vaya a Santa Cruz visitará la estación Charles Darwin, la parte alta en busca de tortugas gigantes, los Gemelos y por último sus dos playas más bellas: Tortuga Bay y el Garrapatero. Los días allá son extenuantes, especialmente durante los meses en los que la corriente de El Niño nos visita desde el norte. Por eso hay que saber también qué hacer por las noches de calor, dejar a un lado el ecoturismo y salir al “farra-turismo” galapagueño.
Siempre recomiendo a quienes van a visitar Galápagos, que hay que ir preparados con un presupuesto abultado. ¿Por qué? Porque será el viaje de sus vidas, y que ir a una isla nomás no es conocer Galápagos. Hay que invertir y darse cuenta de que cada isla es algo diferente y tiene algo o muchas cosas que las diferencian de las demás.
Pero, si no tenemos la fortuna de contar con un groso presupuesto, no queda otra más que disfrutar de todo lo que nos pueda ofrecer la isla a la que aterricemos; que por lo general serán Santa Cruz (vía Baltra) o San Cristóbal. ¡Lo cual no es nada malo en absoluto!
A diferencia de las ciudades de Ecuador continental, Puerto Ayora goza de un ambiente más relajado y playero. Por eso, el primer tip: si  va a salir de noche, recuerde que está al lado del mar. Ropa holgada para el calor, zapatillas, short o bermudas. Obviamente, billetera también. Si pueden, dejen en el hotel su celular: No lo van a necesitar.
Si ha tenido un largo día de caminatas y madrugada  lo mejor que puede hacer al terminar la tarde es una siesta. Después de eso, comienza la gira: un bar. Hay un par de recomendaciones para quienes quieren empezar suave o  quieren que la noche entera mantenga ese ritmo.

Opciones y más opciones

El bar del Hotel Solymar tiene un ambiente muy distendido. Está al lado del mar, con una vista espectacular de Academy Bay. Está de espaldas a la caída del sol, pero se pueden disfrutar los colores del atardecer en las construcciones del otro lado de la bahía. Tiene una buena carta de cocteles “endémicos” y lo demás que se puede esperar en un bar: un caipirinha o incluso algo menos común como un Tom Collins. El buen ánimo de los bar tenders se contagia y la música que se escucha no deja que se despegue de ese ambiente playero. Tanto así que regresa al día siguiente.
The Rock es un bar-restaurante ubicado frente a la Capitanía. Es como un “pub playero”. El nombre alude al nombre con que los soldados estadounidenses llamaban a la isla de Baltra durante la Segunda Guerra Mundial.
Si no han cenado todavía pueden aprovechar y hacerlo aquí. Un cafecito viene bien con la cena, para despegarse la modorra de encima y  luego subir las revoluciones con cocteles o algún vino. Igualmente, el happy  hour al final de la tarde ayuda mucho si su bolsillo no es tan profundo. Nota muy importante: se puede visitar este lugar a la mañana siguiente, a partir de las 07:30, para matar el chuchaqui con un “cebiche peruano con biela”.
Este bar está frecuentado más por turistas extranjeros o quienes quieren ver algún partido en la tele y están muy lejos de casa (500 millas náuticas, por lo menos). También van todos los que quieren “concretar” con alguien, porque como me dijo alguien de la casa: para ‘levantar acá’, ya tienes que ser de otro nivel, es muy difícil.
Si estamos con ánimos más movidos, un buen lugar para pasar la noche es Bunga, en las calles Isla Plazas y Tomas de Bel. A pesar de que se siente todavía esa atmósfera de bar relajado, eso puede variar mucho de un momento a otro, porque una cosa muy particular acá es que cualquiera puede cambiar la música. De estar siendo torturado por los lamentos de Maná, a una onda más isleña como Gondwana o incluso hacer que todos se levanten de la silla con alguna salsa vieja. Es un buen lugar para celebrar con amigos o incluso buscar una buena conversación con Adicho o George, los duros del lugar.
Luego de servirte un Gin Tonic Manaba (caña con Sprite), el cual me rejuraron que no me iba a causar chuchaqui alguno, me contaban que ahí se reúne gente de todas las condiciones, sobre todo si buscaban un perfil bajo, pero divertido. Curiosamente estas parejas llegan, conversan y luego se van con otros. Según George, como un buen barman me cuenta que generalmente lo buscan para llorarle sus penas, conversar o simplemente disfrutar de la caña manaba. Aparentemente es la bebida oficial de Galápagos, porque en todo lugar te la ofrecen.
Regresando a la av. Charles Darwin, si se tiene suerte, su visita puede coincidir con algún festival, o celebración importante. Pueden ser las fiestas de canonización o algún festival étnico. Por ejemplo, Galápagos es una mezcla de gente de todas partes: cholos, montubios, mestizos, salasacas, extranjeros, etc. (en la variedad está el gusto); y a mí me tocó celebrar el Festival Cultural Indígena Runakay. No voy a ahondar en el tema de que es, pero solo sé que es muy divertido. Mucha música, mucho baile y mucha más música. Sobre todo, la presentación del grupo Samay. Ahí, de paso, pueden hacer conocer mucha gente local, de todas las edades y origen; lo cual trae sus beneficios (como verán más adelante en la nota).

La gente también  es todo

En la avenida Darwin todo se convierte en una lotería. Pueden hallar un bar interesante, hacer conversación con cualquier persona, para  hacer alguna compra de última hora o ver cosas tan raras como un gusanito de feria paseando por la calle.
Si están con ganas de ir a un sitio más ruidoso, Limón y Café es el lugar. Una barra, grava en el piso, una minipista de baile, varias butacas y eso es todo. Música bailable y un público muy ecléctico.  Probablemente se encontrarán a gente que durante el día les atendió en algún tour, en tu hotel o algún restaurante en un estado de alegría tremenda. Lo cual es bueno, porque le harán compañía mientras estés ahí, sobre todo si están solos.
Para rematar la noche, los lugares ideales son La Panga y el Bongo, ubicados en la av. Darwin (si, casi todo está ahí). El Bongo es más tipo bar, pero no es nada raro encontrar a gente bailando hasta sobre los muebles. La música que desfilará por tus oídos cubre desde Omega, Pitbull (y con quienquiera que esté cantando), LMFAO y alguna buena salsa también. Aquí podrá estar en contacto con locales, continentales y extranjeros provenientes del mundo.
En el local de abajo, La Panga es lo que se podría considerar netamente una discoteca. La misma música que en el Bongo, pero con un ambiente más prendido. Lo que más se ve en manos del público es una botella de cerveza y obviamente sus efectos. Todos son más cariñosos y todos son amigos de todos. Si bien la máquina de humo trabaja excesivamente, es lo de menos. El ambiente es tan festivo que es fácil perderse en esa onda.
Si hicieron amigos locales, una buena alternativa es ir a casa de alguno de ellos como si fuese un after. Tener un “snack” de madrugada o seguir tomando ya en un ambiente más tranquilo y hogareño. A lo mejor un plato de espagueti a las 03:00 no cae mal. Pero puede ser que no hayan conocido a nadie y usted y su grupo quieran ir a la respectiva carretilla. Para eso hay dos buenas opciones: La Madrina y Las Delicias.
Después de pasear por todos esos lugares y suponiendo que bebieron en cada uno de ellos, a pesar de haber tomado el Gin Tonic Manaba de Bunga, probablemente terminen con chuchaqui. Para eso, a las 07:30 una parada obligatoria es El Descanso del Guía, frente al muelle principal, para desayunar un bolón con café.
Para no olvidar: Cerveza: $ 3 (en promedio) Covers: Solo en la Panga los viernes y sábados, $ 7 para los hombres. Carretillas para comer en la madrugada: La Madrina, a media cuadra de La Panga, y Las Delicias, al lado del Mercado Municipal. Ecoturismo nocturno: En la laguna Las Ninfas el avistamiento de estrellas si el cielo está despejado y con luna nueva. Bartenders: Son bien generosos en Santa Cruz, así que no es muy probable que se queje al respecto, pero ojo, si tienes baja tolerancia al trago, uno y te puedes ir al piso. Guaque:  Garza nocturna de cresta amarilla. ¡No se asusten si la ven por la calle!
Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador

martes, 21 de agosto de 2012

Adiós Jorge: No más extinciones

Jorge y su cuidador de muchos años, Fausto Llerena.
Desde Las Encantadas
Paula Tagle
“Esta es una oportunidad para reflexionar que como humanos tratamos un desarrollo infinito en un planeta finito; olvidamos que la naturaleza tiene límites y que debemos respetarlos”.
Mientras daba mi charla de siempre, me sorprendo a punto de decir: “Son once subespecies de tortugas gigantes en Galápagos”; me doy cuenta de que en una semana desde mi presentación anterior la información ha cambiado. Ahora son diez. Una se ha extinguido en mis narices. La garganta se me cierra, y debo respirar profundo para no llorar frente al público que a pesar de todo nota mi tristeza.
Ya mis padres y amigos me habían llamado a dar el pésame. Entre guías y pasajeros recurrentemente tocamos este asunto, e incluso dos días atrás entrevisté a Fausto Llerena, quien fuera parte del grupo de catorce personas que lo trajera de Pinta a Santa Cruz en 1972. Pero apenas ahora me ha “caído el sucre”, y entiendo que Jorge no estará más con nosotros.
Fausto me confió: “Ha sido como perder un miembro de mi familia. Jorge me reconocía, y cada mañana que me acercaba a su corral él llegaba hasta mí, estiraba la cabeza y abría la boca como para darme la bienvenida”.
Fausto se dedicaba a Jorge desde hace treinta y nueve años. “Me sorprendí el domingo 24 de junio de que no estuviera donde suele amanecer cada día. Me le acerqué, tenía la cabeza sobre el piso. Lo toqué preguntándole: ¿Cómo estás?, ¿como así te quedaste acá? Seguí tocándolo. No lo creía, casi hasta ahora no lo creo”.
Wacho Tapia, director técnico del Parque Nacional Galápagos, se nota igualmente consternado. “Realmente fue una sorpresa. No esperábamos que su muerte ocurriera tan rápido. Seguramente Jorge tenía sobre los cien años, pero las tortugas de Cinco Cerros en Isabela se ven incluso mayores y siguen reproduciéndose”.
Dice Wacho que, lamentablemente, esta no es la primera, sino la especie número catorce que se extingue en las islas.
Desde la creación del centro de crianza del Parque Nacional Galápagos en 1965, cerca de cinco mil tortuguitas han sido repatriadas, es decir, los trabajos de restauración y conservación en el archipiélago son ejemplos de éxito para el mundo. Pero, lastimosamente, Jorge era el único ejemplar de su especie, y no hubo forma de hacerlo reproducir, ni siquiera con hembras que compartían información genética bastante similar.
La necropsia muestra un hígado de colores y texturas diferentes, tal vez producto del desgaste por envejecimiento.
Pensábamos que Jorge estaría con nosotros para siempre, un símbolo de lo que no debe ocurrir ni en Galápagos ni en el mundo. ¡Pero ya no está!
Wacho sostiene: “Esta es una oportunidad para reflexionar que como humanos tratamos un desarrollo infinito en un planeta finito; olvidamos que la naturaleza tiene límites y que debemos respetarlos”.
Wacho solo lloró cuatro veces en su vida, esta es la quinta. Fausto intenta esconder el par de lágrimas que ruedan por sus mejillas al referirse a su amigo Jorge. Los guías que lo visitamos por tantos años extrañamos su figura en ese ahora corral desierto (bueno, las hembras compañeras de Jorge aún lo habitan; incluso parecen estar más activas, desplazándose por donde antes jamás se atrevieran, en los dominios exclusivos de Jorge).
La gente de Santa Cruz, conmovida, organizó una marcha con velas la noche después de su muerte, para recordarlo. Mi barco navega con la bandera a media asta.
Hemos sido testigos de la extinción de una especie, además de la muerte de un personaje querido que, en su soledad e inocencia, dio mucho a las islas.
Velemos porque ninguna otra especie llegue a la extinción como consecuencia del impacto humano; que no haya más solitarios Jorges en nuestro planeta.
Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador

miércoles, 15 de agosto de 2012

Sumergida El otro paraíso

El fondo marino de Las Encantadas es un fascinante mundo lleno de criaturas y especies que las convierten en únicas.
Desde Las Encantadas
Paula Tagle
A diez metros bajo el agua hay una criatura inmóvil. Un pasajero me la señala. Definitivamente se trata de un lobo de dos pelos. Está gordito, de bigotes gruesos, hocico chato, como un oso de mar. ¿Juega a hacerse el dormido? ¿Se detuvo el planeta? No, los peces siguen con su rutina de comer...”.
Hay ocasiones en que estoy particularmente sensible a la existencia de “las criaturas de este singular universo” (citando a Borges). ¿Será por la baja marea, o la luz nítida que nos envía nuestra estrella central? ¿Seré yo, que por haber leído hasta tarde, amanecí con quién sabe qué sector receptivo del cerebro?
Salto al agua transparente, de perfectos 22 grados centígrados, con visibilidad de 20 metros, y una explosión de belleza ataca mis sentidos. Primero el tacto, deliciosa sensación la del mar empezando a enfriarse gracias a la corriente de Humboldt.
Luego la vista, que el azul tirando a turquesa me hincha los ojos en su esplendor. Oigo cómo peces loros mastican coral, un sonido de fondo, constante. ¿Estaré olfateando, saboreando, la sal de crustáceos de la zona de entre marea, o lo imagino?
Distingo una raya sartén, preciosa, marmoleada, desplazándose con gracia entre las rocas, se escabulle en un túnel, aparece otra vez; pero no tiene cola.
Me choca lo absurdo de la situación; un lugar perfecto, como pintado de acuarelas, y la pobre criatura anda por los océanos sin mecanismo de defensa. ¿Le crecerá otra vez? Lastimosamente las rayas no son como las lagartijas, capaces de regenerar su cola. ¿Se la habrá mordido un tiburón? Ya no tiene aguijón; ¿a quiénes picarán las rayas de todas formas?
Entro a la cueva; parece Disneylandia, por lo calmo y divino del sitio. Navego con mi máscara, embelesada en un mundo de pececitos rojos (cardinales) y decenas de chanchos (tantos que me cansan en su abundancia).
De pronto los cardúmenes se alarman, una macarela ha aparecido de la nada y acecha. Ondulando el cuerpo vuela a través del agua, dejando su rastro de arcoíris. Parece que se ha comido a alguno. ¡Ups! No era tan Disneylandia como parecía.
Es una mañana feliz; como si estuviera enamorada por primera vez. A veces pasa que estamos más sensibles, o que el día está particularmente hermoso.
Hoy ocurrieron las dos cosas.
Un lobito juguetea conmigo, yo bajo, él sube, yo subo, él baja. Y en una de esas, buscándolo, miro hacia la superficie. Arriba es afuera, otra densidad, otra luz que se refracta.
Siento como que voy brincando, pero no, voy nadando. Alguien vio una tintorera, otro, un grupo de rayas doradas, ¡me lo perdí! ¿Andarían también, desfachatadas, sin cola? En este paréntesis de mundo surreal en que me he sumergido, todo es posible.
A diez metros bajo el agua hay una criatura inmóvil. Un pasajero me la señala. Definitivamente se trata de un lobo de dos pelos. Está gordito, de bigotes gruesos, hocico chato, como un oso de mar. ¿Juega a hacerse el dormido? ¿Se detuvo el planeta? No, los peces siguen con su rutina de comer, pelear, desparasitar.
No cabe duda, el lobo está muerto, en posición fetal. Pienso en la propuesta de mi amigo Xavier de organizar el Tour del fondeo. Cuando los guías ya no tengamos más que darle al mundo, él nos lleva al crucero último, nos ofrece buceos alucinantes y los corona con un fondeo final.
Miro otra vez al lobo. Descansa en el fondo del mar, para siempre. No sé si estoy triste, no me permito estarlo; es parte del ciclo natural, del que no podemos abstraernos. Avanzo aún entre colores, ya se ha picado el viento, se va nublando el cielo, la vida sigue.
Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador

martes, 14 de agosto de 2012

En las islas Educación vivencial


Desde Las Encantadas
Paula Tagle
“Es un programa altamente inspirador. Los conocimientos ecológicos son importantes, pero hay que involucrar también. Solo así el concepto de conservación quedará para siempre y tendrá sentido”.
Cada viernes, a las siete de la noche, en la sala de sesiones del hotel Mangle Rojo, en Puerto Ayora, se realiza una conferencia a la que está invitada la ciudadanía entera, y es totalmente gratuita.
Científicos, guías naturalistas, personeros de la Estación Charles Darwin y el Parque Nacional Galápagos presentan, de manera voluntaria, charlas que van desde historia humana de Galápagos hasta estudios sobre aves.
Lo mejor de todo es que por cada cuatro exposiciones, el Mangle Rojo generosamente financia un curso de ecología para un estudiante local. Esta es una cadena de solidaridad y compromiso, con el objetivo último de beneficiar a los jóvenes del archipiélago.
La cadena empieza con Ecology Project International (EPI), organización sin fines de lucro cuya misión es inspirar la conservación a través de la educación vivencial. Tiene proyectos en México, Costa Rica, EE.UU. y desde el 2003 está presente en Galápagos. Hasta la fecha más de 600 jóvenes locales han participado en su programa de ecología, a través de un trabajo conjunto con el Parque Nacional Galápagos y el respaldo de la Dirección Provincial de Educación.
Los fondos para estos cursos provienen no solamente de la iniciativa del hotel Mangle Rojo y de los conferenciantes, que contribuyen con tiempo y conocimientos. Existen otros donantes y eventos de recaudación, a más de la cuota de inscripción de estudiantes internacionales que viajan a Las Encantadas para realizar este mismo programa. Pero aun así solo se atiende el 25% de la totalidad de alumnos en segundo de bachillerato, cuando el objetivo es cubrir todos los colegios de la provincia.
El costo del curso por estudiante asciende a $ 400 para las cuarenta horas en el campo dedicadas a proyectos específicos de investigación.
De abril a junio de este año EPI ejecutará varios cursos en la reserva Pájaro Brujo, de Fundar, con doce estudiantes respectivamente y dos instructores especializados en ecología y actividades de campo. Al final del año se realizará un festival con los trabajos de los participantes. Los mejores treinta, además, recibirán un crucero de cuatro días a bordo de los barcos de Metropolitan Touring a través de su Fundación Galápagos.
Es decir, operadores de turismo, armadores, hoteles, científicos, ciudadanos apuestan en la educación como principal mecanismo para la conservación.
Los chicos monitorean y marcan tortugas gigantes en estado silvestre, ayudan en el centro de crianza con la limpieza, alimentación y control de las pequeñas tortuguitas, siembran plantas nativas y endémicas para la reforestación de las áreas del Parque, contribuyen con sus propias manos a la erradicación de especies de flora introducida y también sirven de anfitriones y guías en el programa de intercambio de estudiantes internacionales cuando visitan las islas.
Desde el 2003 han colectado datos de 3.858 tortugas en cautiverio y 161 en estado silvestre, han restaurado 2.454 m² de hábitat erradicando la mora invasora, han protegido 55 nidos de tortugas gigantes y liberado 121 tortuguitas.
A través de estas experiencias  los estudiantes entienden el impacto positivo que sus acciones pueden tener en el futuro de las islas. Si quiere colaborar con EPI, escriba a Ana M. Loose a anamaria@ecologyproject.org
Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador

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