Él es patrocinador del proyecto El arca de los anfibios que nació a finales del 2005, como parte del Plan de Acción para la Conservación de los Anfibios, que se elaboró en la Cumbre Mundial para la conservación de los anfibios.
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En esa cumbre, un grupo de científicos ecuatorianos sorprendió con su trabajo. Desde inicios de los ochenta sin ningún recurso e improvisando la tecnología decidieron preservar en el laboratorio de la Escuela de Ciencias Biológicas de la Universidad Católica, a las especies de sapos y ranas en peligro. “Si lo que sabemos ahora lo hubiéramos sabido en 1993, talvez podríamos haber salvado especies que hoy están extintas y que murieron en nuestras manos”, rememora Luis Coloma. Cuenta la historia de las kailas, que habitaban en las lagunas de Atillo (Chimborazo).
Eran sapos de vida acuática y ante el temor de su desaparición, intentaron criarlas en el laboratorio. Entonces no estaba descrita la enfermedad causada por el hongo batrachochytrium dendrobatidis (letal para los anfibios) . “Las kailas morían y no teníamos ni la más mínima idea de por qué”, cuenta Luis.
Con experiencias como esta, elaboraron un plan estratégico, que coincidía con el que se elaboró en la cumbre mundial de conservación. “Muchas de las cosas que los científicos del mundo resolvieron fue prácticamente una copia de lo que nosotros habíamos pensado por acá”. dice Luis. Después de la cumbre dieron vida formal a su proyecto con un nombre que tuviera un tinte local: La balsa de los sapos. Este es un programa para la conservación de los anfibios del Ecuador, basado en cinco ejes: investigación, monitoreo, manejo ex situ (fuera del hábitat), educación e informática, usando las herramientas tecnológicas para almacenar y difundir la información.
Hace 250 millones de años el Triadobatrachus, el antepasado más antiguo de los sapos encontrado en Madagascar, no tenía que preocuparse del calentamiento global, del hongo y mucho menos de la destrucción de su hábitat, puesto que los anfibios sobrevivieron incluso al evento que extinguió a los dinosaurios. Estos tres factores afectan a las ranas ecuatorianas, de las cuales 185 son únicas en el mundo. “El hongo es la bala que mata a la rana, pero el cambio climático es la pistola”, dice Coloma. Esto obligó a los científicos a conservar las especies en laboratorio.
El arca de los anfibios coordina programas ex situ en todo el mundo; se prevé que este año genere un presupuesto de UDS 40 millones. “Esperamos que de ese presupuesto lleguen fondos importantes para la balsa. Ese fue el ofrecimiento en la cumbre”, explica Coloma, respecto a los USD 20 millones que puede costar La balsa de los sapos. Han iniciado el programa con un centro piloto, cuya infraestructura: cuatro salas llamadas ranarium, costaron USD 100 000.
Su instalación tomó dos años y todavía falta equipamiento: más terrarios (cajas de cristal en las que se recrea el ambiente de los anfibios) y trabajo de campo, para buscar las ranas que no han sido preservadas.
El ranarium podrá albergar a 4 000 ranas, pero por el momento lo habitan 500. Las especies endémicas que están amenazadas son las prioritarias. Para tener éxito, el centro mantiene poblaciones genéticamente viables, es decir con diversidad genética. Se requieren miles de individuos para que las ranas no se crucen con otras de genes parecidos.
“Si tenemos solo una pareja, pueden pasar 10 años y desaparecer toda la población por enfermedades genéticas”, explica Coloma. Para lograrlo se requiere un gran espacio, 15 a 20 hectáreas, que la PUCE otorgará en Nayón.
La humedad es uno de los elementos claves para la supervivencia de los sapos. Un sistema de aspersión les lleva el agua filtrada de impurezas y de químicos como el cloro y el arsénico. Otros tubos debajo de los terrarios regresa el agua al filtro y así se garantiza que el líquido sea puro.
Para los gestores de La balsa esta es una oportunidad para hacer ciencia porque “el futuro del Ecuador no está en el petróleo, sino en su potencial humano y en su biodiversidad”, dice convencido Luis Coloma.
En general los sapos no son peligrosos, si los manipula no toque sus ojos ni labios sin lavarse bien las manos.
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