Sin sus cerezos, Kioto no sería la misma y las luces de Japón no tendrían que celebrar para el Hanami (Festival de Primavera). Nueva York no tuviera pulmones sin Central Park, Suiza sin sus pinos, Canadá no tendría escudo sin las hojas de arce y Miami no sería la playa consentida sin sus palmeras.
“Fue ahí cuando me di cuenta que sin árboles no hay gente. No es nada romanticón, es solo vida”, dice Patrick Lichtfield, director de la Asociación Internacional de Arboricultura, que cuenta actualmente con 22.000 miembros a nivel mundial, dedicados a fomentar la siembra y el cuidado del árbol dentro del casco urbano.
Durante ese tiempo, alrededor de 1979, Lichtfield trabajaba para el Centro de Recreación Económica del Azuay (CREA). Las nuevas plantaciones, paralelas a los avances urbanos, les mostraron que los árboles son tan necesarios como un centro de salud limpio y ordenado. Suecia, su país natal, con sus tantos bosques, no le mostró la importancia de una ciudad arborizada, ya que para él no había necesidades verdes, con tantos árboles alrededor.
Actualmente lleva la batuta de fundaciones como National Arborist Association EE.UU., la International Society of Arboriculture (ISA) y la European Arboricultural Council (EAC), así como es miembro del comité editorial de la revista Arborist news.
Lleva paralelamente a cabo actividades de sensibilización (exposiciones, charlas) en torno a la necesidad de cuidar el medio ambiente en la universidad Alnarp en Hvilan, Suecia, donde trata el tema del “uso de la tierra”.
Corazón de mangle
Por ser una ciudad ubicada sobre el nivel del mar, según el arquitecto y funcionario del Municipio al servicio de las áreas verdes, Abel Pesantes, el suelo de Guayaquil proporciona una humedad constante al sistema radicular (perteneciente a las raíces) de los árboles, lo cual beneficia la absorción de los nutrientes y por ende el desarrollo de las especies como samanes, acacios, almendros, guayacanes, pero sobre todo del mangle.
Dentro de la esfera urbana, los árboles requieren de supervisión técnica constante, ya que de lo contrario, el sistema radicular y foliar (perteneciente a las hojas) de los mismos puede desarrollarse y generar daños a las viviendas, calles, sistemas de cableado eléctrico, red de agua potable y servidas.
Frente a las críticas hechas a algunos escenarios de la regeneración debido a la carencia de áreas verdes, Pesantes explica que un problema importante relacionado con la plantación de los árboles es la compactación del suelo. Cuando este está compactado, su densidad aparente aumenta y su porosidad disminuye.
Estos efectos impiden el desarrollo de las plantas porque el suelo se hace impenetrable para el desarrollo de la raíz y, además, limita el agua y el oxígeno disponibles para las raíces, lo que provoca que estas se desarrollen superficialmente, causando la rotura del pavimento y daños en la infraestructura.
A pesar de estos riesgos, las áreas verdes no pueden ser reducidas, ya que el árbol cumple funciones imprescindibles como amortiguar el ruido del tráfico vehicular, regular las temperaturas, reducir y eliminar malos olores. Además, sirve como hospedero de especies silvestres, favoreciendo a la fauna urbana.
Por esto, Pesantes resalta que en la actualidad se promueve el mantenimiento técnico e integral de los árboles llevando a cabo cronogramas de poda, fertilización, riego y manejo de plagas.
Asimismo, se utilizan criterios técnicos para la selección y siembra de especies apropiadas para cada proyecto, considerando siempre la ubicación y el área donde serán trasplantados.
Guayaquil, con respecto a otras ciudades del país, cuenta con un proyecto variado de regeneración que se identifica plenamente, según Pesantes, con las necesidades de la población al participar de forma activa en el proceso de implementación y mantenimiento de las áreas verdes.
Los beneficios sociales de su arborización están relacionados con la salud pública, la recreación y el bienestar en general, agradando a los ojos con sus formas ornamentales, que contrastan con los edificios.
Los beneficios ambientales incluyen el control de la contaminación del aire y el ruido; un realce del paisaje con impactos positivos en la psique humana y su educación, para que un madero de guerrero sepa defender su patrimonio, lo gestione y lo mantenga como un pedacito de cielo.
Fuente: La Revista
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