Atentos al cangrejo. Es tan andarín escabulléndose en el laberinto de ramas apretadas del manglar, que los pobladores de la cercana comunidad de Portovelo tienen una creencia. Cuando un niño llega al año de edad y aún no camina, la madre puede decidir aplicarle en las articulaciones de las piernas el viscoso contenido del carapacho de este pequeño crustáceo correlón.
Con eso, dice Luciano Moreira, conductor de la canoa, el pequeño adquiere parte de los poderes del cangrejito (como en las historietas de superhéroes). Pero hay una advertencia: ¡Cuidado le aplican mucho de ese líquido! Porque la madre corre el riesgo de que su niño, con el paso de los años, se vuelva demasiado andarín, vago, brinquillo, vacilón o trotamundos. ¡Así de poderoso es el cangrejo!
También es así de andarín, porque en su única aparición sus patas le ganaron en velocidad a las manos de nuestro fotógrafo.
Con esa experiencia seguimos navegando en el callejón de manglares que ha sido adecuado por los propios pobladores de Portovelo, un caserío de un centenar de familias dedicadas a la siembra de maíz y maracuyá, la pesca y, desde 1999, al turismo como una opción de supervivencia.
Este sendero náutico permite al turista conocer el manglar desde dentro, desde su médula, ofreciendo el bullicio de las fragatas, el olor salobre de las aguas, el sacudir de la marea y un calor que se percibe como una tibia caricia tropical.
Un duende con corazón
El duende Felipe protege la biodiversidad de esta isla que despunta en el estuario del río Chone, a unos 30 minutos del muelle principal de Bahía de Caráquez. Las mujeres jóvenes son sus más queridas visitantes (busca seducirlas con sus ojos brillantes). “Una vez lo vi entre los árboles”, dice Luciano.
Mientras que los taladores del manglar son sus principales enemigos, agrega, por eso produce un alarido que busca alejarlos de este territorio que es hábitat de una de las colonias de fragatas más grande del Pacífico Sudamericano, con unos 5.000 individuos que comparten el territorio con pelícanos, ibis blancos, guacos, martines pescadores y especies migratorias, albergando un total de 50 especies de aves, las cuales a veces deben levantar vuelo de manera acelerada cuando se topan con alguna boa constrictor, otra huésped del tupido manglar.
Las iguanas también son parte de un panorama que se hace más intenso a medida que la canoa sigue penetrando por el laberinto de manglares, e incluso esta actividad puede ser complementada con una caminata por un sendero pedestre que aproxima al visitante en la estructura de estos árboles, que tienen la característica de multiplicarse rápidamente en un ambiente protegido.
Después de tales actividades, los visitantes son llevados a Puerto Portovelo, en donde encontramos a una veintena de guías nativos recibiendo una charla de capacitación ofrecidas por los ministerios del Ambiente y de Turismo. Diógenes Moreira, presidente de Asomanglar, motiva a los presentes para seguir trabajando por la isla Corazón. “El turismo es nuestro futuro”, afirma, pero para ello agrega que deben seguir unidos y capacitándose. Así llegarán más visitantes a esta isla habitada por miles de aves, cangrejos andarines y un duende enamorador con conciencia ecológica. (M.P.)
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