La vida puede definirse en ocasiones como una suma de coincidencias. Un día antes de que Patricio Tamariz me conversara que la empresa consultora con la cual labora (Seproyco) tenía buenas posibilidades de ganar la licitación para ejecutar el proyecto de la Ruta del Spondylus, yo respiraba en el estómago lúgubre y fresco de uno de los cientos de silos o graneros subterráneos de la llamada Ciudad Perdida del cerro Jaboncillo, que se asoma entre la maleza más espesa a 11 kilómetros de Portoviejo (Manabí).
La coincidencia fue absoluta: este sitio arqueológico sería el principal atractivo cultural dentro de ese plan de desarrollo turístico presentado originalmente en el 2002 por Tamariz mientras se desempeñaba como gerente de la Subsecretaría de Turismo del Litoral (2000-2003).
Desde entonces, su perseverancia buscó el apoyo del Ministerio de Turismo para la ejecución de esta iniciativa que, seis años después, ya tiene la luz verde del Gobierno gracias a la promesa de una inversión aproximada de $ 2 millones anuales hasta el 2010, con miras para que al año siguiente (2011) las cinco provincias de la Costa ecuatoriana reciban 200 mil visitantes extranjeros que reemplacen a los 12 mil que llegan a esta región cada año, mayormente para los tours de avistamiento de ballenas jorobadas (de junio a septiembre). “Este incremento de visitantes dejaría $ 200 millones anuales”, según Tamariz, nativo de Bahía de Caráquez y también ex director-gerente del Fondo Mixto de Promoción Turística del Ecuador (2004-2007).
En un pozo profundo
Un salto casi a oscuras me permitió explorar las entrañas de este silo que funcionó como alacena para los antiguos pobladores de la Ciudad Perdida del cerro Jaboncillo: los manteños (600-1535 dC.). Esta civilización, que se cree desapareció con la fundación de Portoviejo, guardaba sus granos durante semanas o meses apilados en el ambiente fresco –casi frío– de este agujero de casi tres metros de profundidad y dos de diámetro. Me acompañan una araña que se exhibe en el muro a pocos centímetros del suelo y dos murciélagos que cuelgan a la altura de mis ojos en uno de los resquicios de este agujero olvidado de la civilización.
En el mundo de los viajes de ensueño no puede haber algo mejor que adentrarse en los escenarios de un mundo perdido, penetrar una selva densa que cede solo a golpe de machete.
Aunque el brazo de Miguel Rodríguez comienza a asomarse en la boca del silo para, tras un jalón firme, recordarme en la superficie que este sitio no está tan perdido. Él lo encontró cuando era niño.
Un día, mientras recorría el bosque con su padre, dice que escuchó la voz de sus “abuelos”. Se sintió tan subyugado por el llamado que comenzó a adentrarse solitariamente en el cerro. Allí encontró un pozo de agua, aún con líquido, sumergido en la maleza más espesa (nosotros bebimos agua de ahí), luego algunos silos y después unas piedras que formaban pequeños muros estrangulados por la maleza.
“Sentí que mis antepasados me querían de regreso. Que yo en una vida anterior había habitado en la ciudad. Allí juré que viviría para proteger la cuna de mis antiguos abuelos”, señala Rodríguez, mejor conocido como el “guardián del cerro”, porque su devoción ha provocado que los visite de domingo a jueves, dejando su actividad como comerciante de legumbres para el viernes y sábado.
De niño, su madre lo recriminaba porque sus escapadas lo ponían en riesgo de perderse o lastimarse en el bosque. Hoy, a sus 32 años, su esposa no termina de comprender que casi a diario Rodríguez recorra diez minutos en carretera desde su casa en el pueblo de Picoazá y una hora a pie montaña arriba para limpiar los muros de la maleza y ahuyentar a los ladrones de piezas arqueológicas (llamados huaqueros) con gritos, exhibiendo con violencia su machete o disparando algún tiro al aire con su vieja escopeta.
Los pedazos de antiguas vasijas asomándose en el suelo son la tarjeta de presentación de los huaqueros. “Solo se llevan las cerámicas completas para venderlas a los turistas”, explica Rodríguez, señalando los trozos cubiertos de tierra y olvido. Aun así la huella del hombre es superficial. Aquí manda el bosque. Caminamos hacia una pequeña planicie en la montaña por senderos serpenteantes, saltando troncos caídos y sujetando firmemente ramas colgantes para evitar resbalar por las pendientes. De esta forma llegamos a una planicie rodeada de rocas, llamada corral por los arqueólogos, algo así como el terreno donde se asentaba una residencia antigua.
Descubrimientos
En diciembre anterior, el arqueólogo Telmo López y un equipo del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC), tras 27 días de investigaciones, hallaron 113 de estos corrales, además de 153 terrazas con probables fines agrícolas, 3 pozos de agua, 30 silos, una escalera de 35 gradas excavada en la matriz rocosa y 2 tumbas, entre otras muestras de la antigua ingeniería manteña.
“Es ciertamente el sitio arqueológico más importante del país”, me indicaría López en una entrevista posterior. “El arqueólogo Emilio Estrada calculaba en 30 mil los habitantes de esta ciudad, pero después de los últimos hallazgos creo que podemos hablar de dos o tres veces esa cifra”, agregó.
Pero la historia va más atrás. En 1905, el arqueólogo estadounidense Marshall Saville fue uno de los primeros en pisar y estudiar el cerro Jaboncillo para otorgarle valor histórico. Sin embargo, también fue el primer huaquero del lugar, ya que se llevó muchas piezas a su país, las cuales hoy reposan en el Museo del Indio Americano en Washington. El guayaquileño Héctor Villagrán, mientras se desempeñaba como ministro de Transporte y Obras Públicas, solicitó a la embajada de EE.UU. que se devuelvan las piezas. No hay una respuesta oficial sobre ese patrimonio que incluye un centenar de sillas manteñas (con forma de U).
“Muchas de ellas se encontraron en semicírculos, como para atender reuniones importantes de los jefes de las poblaciones de la región. Ciertamente esta era la capital de la cultura manteña”, me indicó después Alberto Miranda, dirigente de la Fundación Fortaleza de Identidad Manabita, uno de los portovejenses que más ha luchado en los últimos tres años para proteger esta zona de los huaqueros y de las canteras de roca que operan en el cerro, destrozando con maquinaria espacios por donde se extendía esta civilización.
De la rica fruta al platillo delicioso
Como mencioné al inicio, nuestra visita a Jaboncillo fue apenas un día antes de que Patricio Tamariz me anunciara su aspiración de ganar la licitación del Ministerio de Turismo para ejecutar la Ruta del Spondylus, la cual es “una marca de productos y destinos de excelencia, sostenibilidad, solidaridad y cultura a lo largo de la travesía histórica para comercializar las conchas o mullus (los prehispánicos llamaban así a las spondylus) de la Costa de Ecuador hasta Perú”.
Pocos días después su voz al teléfono me informaba que, efectivamente, había obtenido la licitación, y el 19 de julio ya estaba sentado en el auditorio del local del Museo del Banco Central en Bahía de Caráquez atendiendo a un seminario dictado por varios de los expertos nacionales y extranjeros que trabajarían en el proyecto.
Estos profesionales iniciaban su análisis para convertir los atractivos naturales, culturales y culinarios de la Costa ecuatoriana en productos turísticos individuales, en paquetes o rutas que se combinarán con otros de los Andes, Amazonía, Galápagos y Perú.
Esta metamorfosis es compleja. Al alabar el potencial turístico del Ecuador suele destacarse su amplia cantidad de atractivos naturales salpicados en sus cuatro regiones muy distintas entre sí. Sin embargo, los productos turísticos elaborados funcionan mucho mejor que los atractivos en solitario. Para que un “atractivo” se convierta en “producto” hay que sumarle los “servicios” al viajero (hotel, restaurante, baños, transporte) y las “actividades” (caminatas, visita a un museo, vuelo en parapente).
Un atractivo en solitario es como una fruta colgando del árbol. Por muy rica que sea, no puede competir con un delicioso platillo elaborado con varios ingredientes (incluyendo quizás esa fruta) bajo la técnica de un cocinero experto.
La Ruta del Spondylus busca preparar un banquete turístico a lo largo de la franja costera, destacándose los sabores patrimoniales. El arqueólogo inglés Richard Lunniss es un chef importante en esa tarea. Su misión es levantar la información para concretar museos y centros de interpretación en sitios arqueológicos como La Tolita (Esmeraldas), Japotó, Picoazá, Salango, Agua Blanca (Manabí) y Valdivia (Santa Elena), los cuales serán obra del Ministerio de Coordinación de Patrimonio Cultural y Natural, y otras entidades.
Al preguntarle sobre sus expectativas, Lunniss menciona: “Espero ver el desarrollo de una visión integral de la arqueología de la Costa que coordine la prehistoria ecuatoriana con la peruana, espero ver el desarrollo de un sentido de conexión con la tierra a través de los sitios precolombinos y paisajes sagrados, espero ver que se reconozca la importancia del papel de los arqueólogos en el desarrollo de la identidad nacional, espero ver el desarrollo de estrategias para las comunidades en cuanto al manejo, conservación, estudio y difusión de sus patrimonios precolombinos”.
Lunniss espera mucho. Habla con claridad y timidez a los casi cuarenta asistentes de la sala. Su fama trasciende por haber trabajado con el arqueólogo guayaquileño Presley Norton en el sitio de Salango, al cual le ha dedicado más de veinte años de actividad profesional. Por ello conoce bien los graves problemas que afronta la arqueología ecuatoriana por proteger el patrimonio y dejar un registro de sus hallazgos. La razón: falta de recursos económicos.
Sigue el banquete
La gastronomía es también parte importante de la Ruta del Spondylus. El experto argentino Ernesto Barrera está a cargo de ese aspecto: “Una ruta alimentaria involucra la creación de una asociación que reúna a productores agropecuarios con industriales, restauranteros, hoteleros, agentes de viajes, en fin, todos con un objetivo común que da gran prioridad al alimento. Hoy no existen rutas alimentarias en Ecuador”, indica este ingeniero agrónomo que actualmente trabaja en rutas del vino y de la manzana en la Patagonia (su tierra natal), en la Ruta de la Yerba Mate (ambas en Argentina), y en la Ruta de la Sal, en Puebla (México).
¿Ruta del Camarón? ¿Ruta del Coco? ¿Ruta del Plátano Verde? Aún no está definido oficialmente el producto o los productos gastronómicos que funcionarán dentro de la Ruta del Spondylus. Pero tras reuniones con la ministra de Turismo, Verónica Sión, gran impulsora de este proyecto, “sacamos como la conclusión más importante que la temática va de la mano no solo con la estrategia de desarrollo local y territorial que impulsa el Ministerio de Turismo, sino también con las estrategias del Ministerio de Agricultura”, señala Barrera.
El proyecto va sumando entidades. También personas. Una invitación de la directora de Turismo de Esmeraldas, Katia Limones, me permitió escuchar sus impresiones sobre el tema: “Nosotros estamos muy entusiasmados. Hoy trabajamos para entrelazar algunos atractivos de Esmeraldas en la Ruta (del Spondylus). Actualmente nos concentramos en el sector gastronómico en la isla de Muisne y en Atacames. También queremos rescatar el sitio arqueológico de La Tolita (hoy se lo considera casi abandonado), construyendo un museo de sitio y brindando opciones de trabajo. Allí hay mucha gente hábil para hacer artesanías, con lo cual esperamos reducir el huaquerismo”.
Inmenso potencial
Pocos días después ya estábamos con Francisco Parrales, guía turístico y líder comunitario en la comuna Cauchiche, en la isla Puná. “Justo hace dos días (31 de julio) llegaron personas del Ministerio (de Turismo) para hablarnos de la Ruta del Spondylus. Lo que nosotros pedimos fue capacitación para 45 guías nativos. Nos ofrecieron que los cursos serían un hecho”, señala mientras degusta un pescado frito en una de la docena de cabañas anidadas frente a la playa de su comunidad. Sus palabras se levantan en el aire salino.
Cualquiera que haya recorrido alguna parte de la Costa ecuatoriana puede imaginarse el potencial de la naciente Ruta del Spondylus, que cubre diversos puntos playeros e interiores de las provincias costeras.
Este artículo comenzó alabando el poder de las coincidencias. ¿Acaso no es también una feliz coincidencia que este pequeño territorio costero reúna una gran cantidad de vestigios patrimoniales junto con la alegre cultura afroecuatoriana de Esmeraldas, la naturaleza y gastronomía de Manabí, la oferta de las comunidades pesqueras de Santa Elena, la modernidad del Guayas y los paisajes benditos de El Oro?
La lista continúa: sumemos la autenticidad de la cultura indígena Saraguro, en Loja, la única provincia de la Sierra dentro del proyecto por ser un territorio crucial para la integración con Perú.
El potencial es inmenso, pero también lo son las complicaciones que deben afrontar: una semana antes del cierre de esta edición me enteré que el arqueólogo Richard Lunniss (recordemos: líder del área cultural en este proyecto) tenía problemas para obtener recursos del Gobierno para levantar un museo digno en Salango.
Una de las frutas tiene problemas para convertirse en un platillo. “Solo es cuestión de tiempo para que aparezcan los cambios. Pero sí llegarán; hay que tener paciencia”, intentó explicarme el manabita Patricio Tamariz.
Esos cambios deberían darle un museo respetable a Salango, para después aspirar a concretar el inmenso trabajo de rescate del cerro Jaboncillo, el cual hoy solo depende del entusiasmo del nativo Miguel Rodríguez para librarlo de la maleza, el huaquerismo y los cazadores ilegales de venados.
Sin embargo, el arqueólogo Jorge Marcos, subsecretario de Patrimonio Cultural, está optimista: “Richard (Lunniss) tiene nuestro apoyo y obtendrá sus recursos; daremos gran impulso a la arqueología”. Marcos es considerado un apoyo vital para la Ruta del Spondylus y el rescate de Jaboncillo.
Asumo que los sabores dulces y amargos deben combinarse en la preparación de un banquete tan complejo como este.
Otos enlaces:
El Telégrafo - La Ruta del Spondylud: Un nuevo destino
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