Nadie sabe el inicio de la tradición, ni por qué es exclusivo oficio de mujeres, pero las madres se encargan de transmitirla de generación a generación. Gladys Robalino (56 años) recuerda que cuando niña moldear lodo era más que un juego, su madre advertía: “Las ollas deben estar bien hechitas para poder venderlas”. Ahora Robalino es presidenta de la Asociación de Mujeres Artesanas en Cerámica Divino Niño, que se conformó en el 2004 con 16 socias y ahora son 22, entre las que cuentan sus dos hijas, hermanas, sobrinas y primas.
Cada asociada cumple un rol en el taller construido tres años atrás con la ayuda del voluntario suizo Luis Kuns, quien llegó con la Fundación Ecuasur, elaboró planos y trabajó en mingas con la comunidad, hasta levantar la casa de las agremiadas. Se las observa con una barreta, caminan, pisan y por la experiencia saben dónde cavar y sacar arcilla. “Aquí donde se pisa hay arcilla, de ahí el nombre de Cera”, dice Carmita Guamán, la más joven de la asociación.
Entre todas reúnen casi 100 costales de arcilla y la mitad de arena, que también extraen de las quebradas, para elaborar un centenar de piezas en un mes. Ambos materiales se secan por separado y al ambiente, por cuatro días o más.
Como una danza ritual, ellas descalzas baten por dos días la mezcla hasta que no se sientan grumos en las plantas de los pies y el lodo tenga consistencia pegajosa. Si faltó batir se descubrirá al final, con las piezas en el horno de leña, donde podrían partirse si no se compactó la mezcla. Luego de batir, la hasta entonces amorfa y descolorida masa toma forma entre las callosas manos artesanales, tras horas y horas de amasar, estirar y moldear. “Todo lo que imaginamos, soñamos o pensamos empieza a formarse y nos sorprendemos”, dice la presidenta.
Antes que la pieza se endurezca, Enma Robalino, la mayor del grupo toma en una mano, una piedra que sirve para moldear las partes cóncavas y en la otra una plana, que plancha el material para lograr el grosor deseado.
La pieza está lista para la decoración; de la creadora depende que se torne graciosa, seria, coqueta o tierna; solo entonces las ollas, fuentes, tazas, paneras, vasijas, jarras o cualquier otro objeto, irán por un día entero al horno. Alrededor las mujeres recuerdan bromas o preocupaciones que compartieron en el taller, con la intención de disipar, ya que solo cuando retiren la piedra sabrán si el esfuerzo valió la pena.
Las mejores obras se exhiben en los portales de las casas. Tablas de eucalipto, sostenidas en los extremos con fibra de penco, son las vitrinas de la cerámica rústica y cálida que produce el sector.
Fotos: WELLINGTON VALVERDE
Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador