viernes, 30 de julio de 2010

Mujeres de Cera moldean sus sueños con barro

Enma Robalino cuece la cerámica en un horno para endurecer las piezas.
Por Sandra Ochoa
“Aquí donde se pisa hay arcilla, de ahí el nombre de Cera”, dicen estas creativas artesanas que dan forma a la tierra en el sur del país.
Arrugas, notorias por el lodo que las cubre; enrojecidas por el color de la tierra que va tomando forma, resaltan en las manos de las mujeres de Cera, comunidad de Chuquiribamba, parroquia noroccidental de Loja.

Desde la carretera Loja-Villanaco y tras 20 kilómetros de camino pedregoso y angosto, rodeado de montes, parcelas y eucaliptos, se abre –como páginas de un cuento tradicional– Cera: pueblo de pequeñas viviendas, la mayoría de una planta, edificadas con adobe, madera y teja cocida en los hornos de leña que se divisan junto a las más de 200 casitas dispersas en las faldas del cerro Tunduranga.
Luz Carmita Guamán elabora tradicionalmente utensilios con arcilla de la zona, productos apetecidos por turistas nacionales e internacionales
Como en casi todos los pueblos rurales de la región Interandina y de esta extrema provincia sureña, la agricultura es la principal actividad productiva, pero el rasgo original de Cera es que todas las mujeres son ceramistas.

Nadie sabe el inicio de la tradición, ni por qué es exclusivo oficio de mujeres, pero las madres se encargan de transmitirla de generación a generación. Gladys Robalino (56 años) recuerda que cuando niña moldear lodo era más que un juego, su madre advertía: “Las ollas deben estar bien hechitas para poder venderlas”. Ahora Robalino es presidenta de la Asociación de Mujeres Artesanas en Cerámica Divino Niño, que se conformó en el 2004 con 16 socias y ahora son 22, entre las que cuentan sus dos hijas, hermanas, sobrinas y primas.

Cada asociada cumple un rol en el taller construido tres años atrás con la ayuda del voluntario suizo Luis Kuns, quien llegó con la Fundación Ecuasur, elaboró planos y trabajó en mingas con la comunidad, hasta levantar la casa de las agremiadas. Se las observa con una barreta, caminan, pisan y por la experiencia saben dónde cavar y sacar arcilla. “Aquí donde se pisa hay arcilla, de ahí el nombre de Cera”, dice Carmita Guamán, la más joven de la asociación.

Vajillas completas y artículos decorativos elaborados sin torno por las mujeres de Cera, población austral ubicada en la provincia de Loja.

Entre todas reúnen casi 100 costales de arcilla y la mitad de arena, que también extraen de las quebradas, para elaborar un centenar de piezas en un mes. Ambos materiales se secan por separado y al ambiente, por cuatro días o más.

Como una danza ritual, ellas descalzas baten por dos días la mezcla hasta que no se sientan grumos en las plantas de los pies y el lodo tenga consistencia pegajosa. Si faltó batir se descubrirá al final, con las piezas en el horno de leña, donde podrían partirse si no se compactó la mezcla. Luego de batir, la hasta entonces amorfa y descolorida masa toma forma entre las callosas manos artesanales, tras horas y horas de amasar, estirar y moldear. “Todo lo que imaginamos, soñamos o pensamos empieza a formarse y nos sorprendemos”, dice la presidenta.

Antes que la pieza se endurezca, Enma Robalino, la mayor del grupo toma en una mano, una piedra que sirve para moldear las partes cóncavas y en la otra una plana, que plancha el material para lograr el grosor deseado.

La pieza está lista para la decoración; de la creadora depende que se torne graciosa, seria, coqueta o tierna; solo entonces las ollas, fuentes, tazas, paneras, vasijas, jarras o cualquier otro objeto, irán por un día entero al horno. Alrededor las mujeres recuerdan bromas o preocupaciones que compartieron en el taller, con la intención de disipar, ya que solo cuando retiren la piedra sabrán si el esfuerzo valió la pena.

Las mejores obras se exhiben en los portales de las casas. Tablas de eucalipto, sostenidas en los extremos con fibra de penco, son las vitrinas de la cerámica rústica y cálida que produce el sector.

Fotos: WELLINGTON VALVERDE

Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador

miércoles, 28 de julio de 2010

En Puerto López, Manabí, ‘Mi primera ballena a los 88 años’

Daniel Carrillo Carrillo durante el avistamiento de ballenas.
Texto: Alex Carrillo J.
Era el tercer viaje que hacía junto con mi padre, de adulto. De pequeño era su hijo preferido y me llevaba a todas partes.

Recuerdo mis visitas al extinto parque de diversiones La Macarena, en Guayaquil, múltiples viajes en tren a la hacienda San Rafael (cerca de Bucay) y también hasta Quito. Cada una de nuestras salidas era toda una aventura para mí. En mi mente siempre estaba la idea de que cuando yo fuera grande me compraría un carro y sería mi turno de llevarlo. Ahora soy quien conduce y organiza las escapadas.

El último viaje fue el 26 de julio en plenos festejos de las fiestas patronales de Guayaquil. Daniel Carrillo es mi papá. Nació el 21 de julio de 1920 y le propuse ver las ballenas. Él, temeroso, me dijo: “¿Seguro que quieres ir para allá?”; me di cuenta de que no lo decía por mí, sino por su temor al mar.

Llegamos a Puerto López el viernes 25 para averiguar sobre los tours. Debo confesar, por seguridad de turistas nacionales y extranjeros, que hay muchos avivatos que ofrecen viajes para ver a los cetáceos, pero no se confíe. Lo mejor es recorrer en todo el malecón de Puerto López las oficinas de turismo tanto en hoteles y casas conocidas en el lugar.

En la primera noche salimos a beber cocteles, tomamos cada uno siete caipiriñas en un simpático bar. A la mañana siguiente, mi papá se sentía como que había tomado cien cocteles. Decidió desayunar un cebiche de camarón para que se le pasara el chuchaqui. Luego fuimos a la oficina donde contratamos el paseo. Allí, dos chicas muy amables nos comentaron que los otros pasajeros eran familias, una colombiana, una quiteña y el resto de Guayaquil.

Ya en la playa nos sacamos los zapatos, las medias, nos arremangamos las bastas del pantalón, y arriba. Nos sugirieron que nos fuéramos adelante porque había menos zangoloteo y así evitaríamos marearnos. Eso me preocupó por Daniel, pero preferí esperar a ver qué pasaba. Antes de zarpar me dijo: “Llama a tus hermanas. Diles dónde estamos, dónde queda el carro, el nombre de la embarcación, diles todo, por cualquier cosa. Si accedí a este paseo fue por ti y si Dios quiere que me quede en el mar, pues allí me quedaré”. Eres exagerado. No va a pasar nada, le dije.

En Puerto López, Manabí, ‘Mi primera ballena a los 88 años’

Había aguaje. Las olas eran más o menos grandes. Él me miraba algo preocupado, pero sin decir nada. Yo me puse unos audífonos para escuchar música y me hice el ‘loco’. El sitio donde están las ballenas es muy amplio. No piense que ellas esperan al turista para que las fotografíen. Hay que tener muchísima paciencia para verlas a plenitud.

Cuando arribamos a la zona de avistamiento, no estábamos solos. Había embarcaciones provenientes de algunos puntos costeros que han encontrado un buen negocio gracias a las ballenas. El avistamiento funciona así: el timonel se deja llevar por las indicaciones que otro tripulante le indica desde la proa. “Allá, más adelante. Allí se ven las ballenas”. Los dos motores aceleraron y también el resto de embarcaciones. Todas estaban atentas a los movimientos de las otras. Apenas vimos tres jorobas. Luego, una aleta que desapareció más rápido que haber llegado hasta allí. Todos, con cámaras y filmadoras, querían llevar su recuerdo, pero me dio la impresión de que las ballenas no estaban contentas con la presencia de las embarcaciones.

Desde las 10:00 no habíamos visto mucho. Era casi mediodía. Daniel estaba atento. No se movía. Su mirada estaba fija. Al verlo decidí adoptar su misma actitud. Me acerqué hacia él y le dije: ¿Estás bien? “Sí, quédate de este lado. No sé por qué creo que vamos a ver una ballena”.

Después de casi dos horas en alta mar, no pasaba nada. La gente se alegraba al ver el lomo de un cetáceo. Yo estaba picado. Quería ver más. La batería de mi cámara se agotaba.

De repente, cuando pensaba que debía regresar otro día, mi papá me cogió de la mano y me dijo que mirara. Lo único que alcancé a decir en voz alta fue ¿guau! Me quedé callado e inmóvil al ver este increíble animal de unos 14 metros que salía del agua a una distancia de casi 8 metros. Fue tanta la emoción que no tuve tiempo de tomar la foto.

Todo ese momento lo grabé para siempre en mi memoria. Ver a mi padre emocionado, paciente y asombrado por haber visto su primera ballena, justo en el mes que cumplió 88 años. “¡Es la primera vez que veo estos animales en vivo. Es la cosa más linda”. Eso me dijo. Sentí que cumplí con él y conmigo, porque siempre lo quiero ver así, feliz. ¿Por cuánto tiempo más? No lo sé. Lo que sí haré es seguir disfrutando de su compañía. Es lo mejor que me puede pasar.

Puerto López, 25 de julio del 2008

Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador

domingo, 25 de julio de 2010

Árboles de antaño que cedieron su espacio para la urbanización

Sauce llorón, en la ciudadela Miraflores. Su tronco está dentro de la casa, pero sus ramas se extienden entre los cables de energía eléctrica y teléfono.
Nuestras especies
De los 344,5 kilómetros cuadrados de superficie que tiene Guayaquil, el 4,4% corresponde a espacios verdes, de acuerdo con la Dirección de Áreas Verdes, Parques y Movilización Cívica de la Municipalidad de Guayaquil. La mayor parte de árboles se concentra en los bosques protegidos, que alcanzan el 13,55% del área total del cantón, y el resto entre parques, avenidas, y algunos ejemplares sobreviven entre las casas, los cables de energía eléctrica o telefónicos y los automóviles.

Al escuchar Guayacanes, Samanes, Sauces, Guasmo o Ceibos, la primera referencia es un espacio lleno de viviendas, tiendas y más detalles de la ciudad más poblada del país. Son ciudadelas con miles de habitantes, pero también son nombres que quedaron como vestigio de una ciudad antes poblada de árboles, cuyo espacio se tomó para acoger a los recién llegados y a sus generaciones.

En la cdla. Samanes sí predomina la especie del mismo nombre, como muestra la gráfica. Pero, en la vía principal hay palmeras.
Conocer las medidas tomadas con estas especies durante el proceso de urbanización es muy difícil, explica José Núñez, director de Urbanismo, Avalúos y Registros del Municipio de Guayaquil, pues en la institución no existen datos sobre este proceso, un crecimiento que se dio de manera irregular y desorganizado, detalla.

En sectores como Guayacanes, Sauces y Guasmo no se encuentran ejemplares de esas especies, acaso alguno escondido o confundido entre otro tipo de vegetación, describe el biólogo James Pérez, director del Jardín Botánico de Guayaquil, quien junto con la doctora en botánica de la Costa ecuatoriana Flor de María Valverde, están en proceso de elaboración de un libro dedicado a especies forestales de la Costa.

En Los Ceibos hay algunos gigantes que se destacan entre el cemento, pero a más de esto, las ciudadelas no se reconocen por su vegetación, al contrario, ni los mismos habitantes los diferencian entre los algarrobos y las palmeras que predominan.

El guayacán es apetecido por la industria maderera, dentro de Guayaquil está extinto.
En la ciudadela Samanes, en el norte de la ciudad, las especies del mismo nombre forman parte de la cotidianidad de los habitantes y algunos hasta les han dado un uso para sus intereses. En los árboles de la calle Francisco Rizzo, por ejemplo, se sostienen letreros que anuncian desde almuerzos, hasta servicios de albañilería.

El samán, que puede alcanzar hasta 25 metros de alto y 50 centímetros de diámetro, de ramas horizontales que crecen en forma de paraguas, predomina en la zona como un habitante más, excepto en la avenida principal, la Francisco de Orellana, donde ha sido reemplazado por palmeras.

Ante el uso de estas, el director de Urbanismo del Cabildo local, arquitecto José Núñez, explica que pese a las críticas que han recibido de parte de biólogos, que indican que la función de fotosíntesis es mínima en comparación con los árboles frondosos, “se seguirán usando a favor de la correcta visibilidad de los conductores”, y reconoce que diseños como la avenida del Bombero tienen falencias, que se pudieron tomar otras medidas para evitar el traslado de los ceibos que dominaban en el sector o, al menos, mejorar los mecanismos para evitar su muerte, pero que esta vía era sumamente necesaria para descongestionar el tránsito de la ciudad.

Otra especie cuyo nombre se quedó solo como símbolo de su existencia es el sauce. En Guayaquil se encuentran dos variantes: blanco y llorón. El primero puede medir hasta 25 metros, pero su copa es estrecha; mientras el segundo llega a los 14, pero sus ramas se extienden de forma horizontal y luego siguen en dirección del suelo. Ambos tipos son provenientes de Asia, pero fueron introducidos desde la conquista española y se adaptaron de inmediato al hábitat tropical de la zona, especialmente cerca de los ríos.

Ya no quedan guasmos en la urbe. Se usan como especies para reforestar en áreas protegidas.
Al grupo se une el guayacán, especie que no sobrepasa los 20 metros de altura y su tronco llega a 50 centímetros de diámetro, pero cuya madera es una de las más apetecidas para la fabricación de muebles, y en la época de la colonia incluso se la utilizaba para la construcción de embarcaciones o como pilares de viviendas.

Al otro extremo, en el sur de Guayaquil, en el sector del Guasmo, ya no se destacan los árboles por los cuales se le atribuyó el nombre. Esta especie de no más de 15 metros de altura, y cuyo tronco llega a 60 centímetros de diámetro, desapareció a medida que crecía la densidad poblacional del sitio.

Samán, sauce, guayacán, ceibo y guasmo, más que una dirección, son especies que cedieron su espacio a costa del crecimiento urbano.

jueves, 22 de julio de 2010

Doménica y el nuevo año

Doménica durante su discurso en el barco National Geographic Endeavour.
Desde Las Encantadas
Paula Tagle
nalutagle@eluniverso.com
“Es un ser fresco, vital, que realmente cree en lo que dice, con sinceridad absoluta (y en mi cinismo de adulta, me digo, con ingenuidad)”.
Doménica se para frente a su público, ochenta pasajeros del National Geographic Endeavour, la mayoría de nacionalidad norteamericana. Tiene el micrófono en la mano y viste su impecable uniforme de la Escuela Oswaldo Guayasamín de Puerto Ayora. El padre la ha peinado con lacitos verdes que combinan los colores de su falda. No hay señal aparente de nerviosismo, no se le quiebra la voz, no se olvida de ninguna línea.

Ella comparte su charla de once minutos con naturalidad innata, con gran presencia y seguridad. Tiene apenas once años, no habla inglés, y quienes la escuchan no entienden ni jota de español. Pero al finalizar su discurso hay ovación de pie e incluso lágrimas. Doménica es lo que todos debimos seguir siendo, una niña libre aun de los prejuicios y neurosis que la sociedad nos va imponiendo a lo largo de nuestra formación.

Doménica es un ser fresco, vital, que realmente cree en lo que dice, con sinceridad absoluta (y en mi cinismo de adulta me digo, con ingenuidad). Doménica ha ganado el concurso de oratoria organizado por el Parque Nacional Galápagos en conmemoración de sus cincuenta años de existencia. En su discurso describe la historia del archipiélago hasta la creación del Parque y la conexión de este con su propia escuela a través del club ecológico Los Parqueritos.

Un poco me vuelvo a ver a mi misma, cuando niña, coreando cosas de memoria; pienso con tristeza en que nuestra educación sigue siendo igual de memorista como hace doscientos años. Aprendemos a repetir, olvidando que lo importante es razonar, crear, objetar y soñar.

Sin embargo, Doménica está más allá de eso. Ella siente y entiende muy bien lo que dice, por eso lo logra transmitir tan divinamente. Ella cree que Galápagos es un lugar especial, y confía en el Servicio Parque Nacional Galápagos como cuidador de este tesoro. Y yo creo en Doménica, que no se deja intimidar por adultos de distinta lengua y origen.

Una niña ávida por conocimiento, que no se pierde ni una sola de las actividades del barco, y de la mano se lleva a su padre, Carlos Chapaca, su más abnegado fan, por los caminos de lava, porque el mundo es de Doménica, y ella está para devorarlo.

Ahora que empieza un nuevo año, propongámonos rescatar ese poquitín de niño, de Doménica, que aún nos queda. Desempolvemos al ser inocente y capaz de maravillarse por la vida. Sacudámonos de las clases tontas, las lecciones aprendidas de memoria, y vayamos al fondo de las cosas. Que por esa formación con que nos programan es que seguimos donde estamos.

¿A quién se le ocurre traer cangrejos vivos a Galápagos, plantas ornamentales peligrosas y perros de raza? Solo a quien no ha entendido lo que Galápagos significa, a pesar de vivir aquí por años escuchando la misma canción sobre el peligro de las especies introducidas. Es un problema de idiosincrasia, que a la larga es consecuencia de esta educación caduca y memorista.

En efecto, en diciembre del 2009, celebrando los cincuenta años de la creación del Parque, llega a Galápagos un barco cargado de cosas prohibidas; un caso que se reporta de quién sabe cuántos otros. Si de verdad entendiéramos a Las Encantadas podríamos ser consecuentes.

Mientras tanto, qué alegría saber que existe una niña como Doménica en estas islas, ¡eso me llena de ilusión para un buen año!
Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador

martes, 20 de julio de 2010

Monitoreo de iguanas rosadas en volcán Wolf

Las iguanas rosadas están siendo estudiadas por la DPNG con la colaboración de la Universidad Tor Vergata.
Los estudios para recopilar información sobre la nueva especie de iguana terrestre (rosada) descubierta en Galápagos, continúan. En esta ocasión, un grupo de 18 personas entre científicos y guardaparques, están monitoreando la población de iguana rosada en volcán Wolf, al norte de la isla Isabela, con el objetivo de recopilar más información sobre su ecología y comportamiento; así como conocer su estructura y tamaño poblacional.

Durante 15 días, el grupo está recorriendo el área de vida de este reptil para realizar observaciones de aspectos como hábitos alimenticios y reproductivos, capturar, tomar muestras de sangre y marcar todos los individuos de la especie.

Las muestras de sangre obtenidas, permitirán seguir estudiando en laboratorio su variabilidad genética y filogenia, entre otros aspectos.

Se espera que la información acumulada hasta el momento permita tomar medidas de manejo para proteger la especie y así garantizar su conservación.

En enero de 2009, los estudios genéticos realizados a las iguanas rosadas encontradas en volcán Wolf, determinaron que se trata de una nueva especie, diferente a las anteriormente conocidas. Desde entonces, la DPNG con la estrecha colaboración de la Universidad Tor Vergata de Roma, Italia, ha invertido muchos esfuerzos en conocer más sobre ella, ya que aún se cuenta con escasa información
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lunes, 19 de julio de 2010

El ceibo, gigante que ayuda a equilibrar el ecosistema costero

Entre la vegetación de la vía a la costa resalta el ceibo ubicado junto al centro comercial Piazza de Los Ceibos.
Si extendemos los brazos, no importa lo altos que seamos, es imposible abrazar un ceibo adulto, su diámetro va de uno a dos metros, generalmente, pero se han registrado de hasta cuatro. Ni hablar de subirse por cuenta propia a la copa de uno de estos árboles gigantes, pues su estatura va de los veinte a cuarenta metros, y su tronco no tiene grietas para escalar.

El ceibo es un árbol típico del bosque seco tropical, que en Ecuador se encuentra distribuido principalmente entre Manabí, Santa Elena, Guayas, El Oro y Loja. Con mayor presencia en el Parque Nacional Machalilla y el cerro Montecristi, Manabí; Golfo de Guayaquil, isla Puná, Cerro Blanco y en la Reserva Ecológica Manglares-Churute, Guayas; y en el suroccidente de las provincias de Loja y El Oro, en la frontera con Perú.

Dentro del bosque seco crece este gigante para mantener fijo ese suelo con sus enormes y fuertes raíces tablares (las principales sobresalen del suelo) y ayudar a la estabilización y control de la erosión de la tierra. Mientras, si se encuentra cerca de fuentes de agua, ayuda al mantenimiento y regulación del ciclo hidrológico, porque al almacenar líquido en su tronco en época de lluvias y filtrarla al suelo en etapa de sequía, conserva activo al suelo.

Pero para ser tan grande y fuerte, un proceso que le puede tomar hasta 100 años, debe protegerse. Lo hace desde pequeño. El ingeniero forestal Johnny Ayón, estudioso de la especie y parte del equipo de Fundación Pro Bosque, explica que uno de los principales mecanismos de protección que le permite al ceibo alcanzar su madurez es que en su estado juvenil, en la cuarta parte de los cerca de 150 años de vida que tiene, su tronco está totalmente cubierto de fuertes espinas cónicas, cortas o gruesas.

Entre edificios de la av. Pedro Carbo, en el centro de Guayaquil y junto a una estación de la Metrovía, varios ceibos dan sombra.
Lo hace porque al ser un árbol que retiene mucho líquido en su tronco, su madera es blanda, pero lo suficientemente fuerte para protegerse de los roedores que intentan rasgar su corteza. Con estas espinas evita que lo dañen en su proceso de crecimiento, para poder acoger las madrigueras de diferentes mamíferos, años después.

Con el tiempo, su tronco se ensancha en la mitad, parte que se convierte en casa de murciélagos frugívoros (que se alimentan de frutos), pero continúa su ascenso con su diámetro promedio, hasta que empiezan las ramas, en invierno cubiertas por abundantes hojas, grandes flores color rojo púrpura de aspecto aterciopelado y pétalos blancos que pueden llegar a rosado.

Las ramas con formas diversas sirven de hogar a especies de aves, especialmente de las colembas, que tejen sus nidos colgantes en los extremos de las más altas para mantenerse alejadas de sus depredadores y ver nacer a sus crías.

Su fruto es una cápsula de color café oscuro, colgante, de donde brotan las semillas, que después son dispersadas por el viento. Lo que no se lleva la brisa es una especie de lana que nace entre las ramas y que suele ser recolectada para rellenar almohadas, generalmente, pero no se usa para tejidos, por ser de corta extensión.

Llega mayo y ese viento que dispersó sus semillas ahora se lleva sus hojas. El gigante decide desnudarse para ahorrar energía. “El ceibo es una de las pocas especies que realiza su proceso de fotosíntesis (convierte la energía luminosa en química) desde su tronco”, explica Ayón. El color verde de todas sus extremidades se lo permiten. Almacena agua y energía en cada centímetro de su corteza y deja ir sus hojas para mantenerse con vida hasta las próximas lluvias, añade.

El biólogo Eduardo Cueva, de la Fundación Naturaleza y Cultura, especializada en bosque seco de la región tumbesina (desde el sur de Esmeraldas hasta el norte del Perú), detalla que una de las principales amenazas de esta especie en Ecuador es la expansión de la frontera agrícola y el crecimiento de ciudades como Guayaquil, Machala y Portoviejo.

También dice que muchas de estas especies fueron destruidas cuando la caza de loros no estaba regulada y se procedía a atrapar de forma indiscriminada a esta ave que construía y aún construye sus nidos en este gigante.

Otra amenaza para esta especie ancestral, además del crecimiento urbano, es la expansión del área de sembríos de secano (en época seca), como el maíz, refiere el ingeniero forestal Juan Valladolid, de la estación de Olón de Fundación Natura. Él explica que el ceibo se ha salvado de la industria maderera porque su cuerpo es blando, a diferencia del guayacán, pero su tamaño representa una molestia para los agricultores de la zona costera que necesitan mucho sol para sus sembríos, o simplemente más espacio para producir.

Él lamenta que no existan ordenanzas municipales que prohíban la tala de ceibos, en cada una de las ciudades donde crece esta especie, porque si llegase a desaparecer, se eliminaría la principal característica del bosque seco, y estos espacios quedarían llenos de arbustos de mediano tamaño.

Cueva, especializado en la región tumbesina, resalta que esta especie es un gigante representativo de una región rica, de clima lluvioso durante cuatro meses y seco por ocho, donde la topografía diversa y la influencia de los vientos húmedos provenientes del océano Pacífico han generado que en Guayaquil, por ejemplo, se encuentre una amplia gama de hábitats, como manglares, matorral espinoso, bosques secos y bosque húmedo tropical.

En Guayaquil, donde antaño predominaba el bosque seco, algunos ceibos sobreviven entre el asfalto, y los ceibos adultos permiten que muchos citadinos intenten abrazarlos.

sábado, 17 de julio de 2010

Galápagos gana premio como la Mejor Isla del Mundo

Ayer se conoció que los lectores de la prestigiosa revista estadounidense Travel+Leisure, distinguieron nuevamente en este año a las islas Galápagos, como la "Mejor Isla" en el mundo y como la número uno en la categoría México y Latinoamérica.

La selección la hicieron los lectores de la revista, en el marco del concurso que la revista organiza cada año para la entrega de los premios.

Travel+Leisure es la publicación más importante de turismo a escala mundial, con 4.5 millones de lectores mensuales en Estados Unidos y países del resto del mundo. Posee el 60% del mercado de revistas de viajes y estilo de vida.

Anualmente este medio de comunicación recoge las evaluaciones de los viajeros más exigentes del mundo, para dar origen a este ranking, en el que se encuentran las mejores propiedades y destinos del planeta.

La ceremonia de
premiación se realizará el miércoles 21 de julio en el Trump Soho Nueva York. Presidirán la ceremonia, los máximos ejecutivos de la Revista, Kyrillos Jean-Paul, vicepresidente y editor y Nancy Novogrod, editor en jefe, publica el Ministerio de Turismo.

El ministro de Turismo, Freddy Ehlers, dijo que este premio es un reconocimiento al esfuerzo y al compromiso que tiene el Gobierno para impulsar el manejo sostenible de este importante destino turístico que,
desde 1979, ostenta el título de Patrimonio Natural de la Humanidad.

El año pasado los lectores de la revista ubicaron a las Islas Encantadas como la segunda mejor isla del Mundo.

Además, las Galápagos, junto a la Amazonía se encuentran entre los 28 candidatos finalistas, dentro del concurso global Las Siete Nuevas Maravillas Naturales del Mundo. Las votaciones siguen hasta diciembre del 2010. Los nombres de los siete ganadores se conocerán en el 2011.

jueves, 15 de julio de 2010

Educación ecológica en Galápagos, diez sobre diez

Desde Las Encantadas
Paula Tagle
nalutagle@eluniverso.com
Galápagos podría ser el experimento de laboratorio que necesitamos, para el país, y para el mundo.

Con una población de aproximadamente 5.000 estudiantes, aquí se podría ver si la educación puede hacer la diferencia para lograr un mundo mejor.

Hay que empezar lo más pronto posible, bombardear las escuelas, los colegios, con un currículum especial, involucrar a los maestros, pintar de colores las aulas, llevar música a los planteles, y también sacar a los niños y jóvenes a aprender fuera de las paredes, que observen, caminen, exploren, se planteen sus propias preguntas. Que esa educación de aprender las cosas de memoria quede atrás, que solo logra marchitar el cerebro. Que en su lugar florezca una educación que incite al cuestionamiento, a la búsqueda.

Claro, yo no tengo formación alguna como educadora, pero he visto cómo los niños de Galápagos aprenden, y cuánto aprenden, cuando vienen a bordo del barco en que trabajo, por una mañana apenas. Aquí se maravillan ante mapas, libros, fotos, se suben a los Zodiacs, escuchan animales en cortejo, en vivo y en directo, ven cómo la brújula del barco marca el norte. Nada es de memoria, y todo queda en la memoria.

Hay que proporcionar herramientas para que el futuro adulto pueda siempre encontrar una ocupación, no por convertirlo en máquina productiva para beneficio exclusivo de la sociedad, no. Para que pueda crear, porque solo dando, por el gusto de dar, podemos sentirnos completos. Por eso me encanta el colegio Galápagos, de la isla Santa Cruz, siempre buscando nuevos caminos, brindando una gama de posibilidades a los que estudian en sus aulas.

Estudiantes del colegio Galápagos durante las clases de vidrio reciclado.

María Salcedo, directora del colegio, me acompaña por los corredores contándome cómo las madres hicieron fila dos días para poder matricular a sus hijos este año lectivo. Porque aquí pueden salir con una carrera al terminar el bachillerato, con la especialidad de chef. Y las ideas no le faltan a esta mujer llena de energía y de sueños. Me cuenta de su proyecto de una escuela de hotelería, con hotel y todo administrado por los chicos, y de la nueva manualidad que ofrece el colegio: trabajo en vidrio reciclado. Cuando existe gente como María, cualquier cosa es posible; de donde sea ella consigue los recursos, crea las condiciones y lo logra.

Ella me invitó a la inauguración de la clase de vidrio reciclado. Los recursos los ha donado Fudeca (Fundación de Ayuda para el Desarrollo Comercial de los Artesanos del Ecuador). En el año 2008 la fundación firmó un convenio con el colegio Galápagos, para la instalación de un taller donde los alumnos puedan elaborar piezas de vidrio reciclado. Los estudiantes del décimo año, que escogen esta opción práctica, reciben dos horas semanales, y tres horas a la semana el mismo taller está abierto para el uso de los artesanos de Galápagos.

Fudeca fue fundada por la compañía Lindblad Expeditions, que maneja dos barcos de turismo en Galápagos. Para canalizar su objetivo, creó también la Galería Reflections. Lo que genera la galería se revierte en seminarios, talleres y cursos de formación para los artesanos de las islas, y en proyectos como el del colegio Galápagos.

Sven Lindblad, presidente de Lindblad Expeditions, vestido en jeans y zapatillas, habla informalmente ante los 22 chicos del décimo año que han tomado la manualidad de trabajo en vidrio. Saluda, se presenta y bromea con ellos. De seguro los tres chicos del grupo se sentirán muy afortunados, ya que la mayoría son niñas, que quieren verlos utilizar siempre las gafas de protección, que trabajar con vidrio requiere de normas de seguridad. Que se compromete a exhibir en la Galería Reflections y en las tiendas de sus barcos del mundo, las cosas que ellos hagan con sus manos.

Les dice que siempre es bueno saber de todo, que aprovechen esta oportunidad y que creen los más lindos diseños, porque muchos en el planeta van a admirar su trabajo. Les cuenta de una artesana mexicana, amiga de él, que se hizo famosa creando joyas en vidrio reciclado. En fin, los niños van perdiendo la timidez, comienzan a reírse, se ponen sus gafas, hacen unas pruebas con la máquina pulidora de vidrio. Poco a poco se acercan a despedirse de Sven.

Hay un niño que quiere practicar su inglés, y se queda de largo conversando con este hombre alto, de ancestros suecos, explorador y a la vez hombre de negocios, que en unos minutos se ha transformado en otro niño del aula.

La inauguración del año escolar ha sido una fiesta. María sonríe, los niños también, y el cielo de Galápagos se pinta de verde..., sí, de verde esperanza.

Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador

lunes, 12 de julio de 2010

La iguana que se ha convertido en residente honoraria de Guayaquil

Nuestras especies
En Guayaquil, al mediodía, a 30°C, en el centro de la ciudad, es común ver a peatones buscando cubrirse de los rayos del sol en las sombras de los edificios, comprar botellas con agua, beber un poco y después echársela en la cabeza, protegerse el rostro con algún papel que lleven en la mano o solo con la mano. El calor intenso hace huir e incluso renegar a sus habitantes, menos a uno, a uno ancestral, la iguana verde.

Este reptil, al contrario de los guayaquileños, al sentir calor, baja del árbol, se ubica en un sitio despejado, toma una pose erguida y, con la cabeza levantada, mostrando completamente el pliegue debajo de su garganta, se queda estático durante al menos una hora. Lo hace porque como todo reptil tiene la sangre fría y necesita del sol para restablecer las energías que gasta al buscar alimento.

La iguana verde, también conocida como iguana de Guayaquil, por la abundante población que habita en esta ciudad, está ampliamente distribuida en las zonas tropicales, especialmente en el bosque seco, desde México hasta Argentina, pero, según explica Nancy Hilgert, bióloga que ha estudiado a la iguana verde y su hábitat, es en esta ciudad donde se registra una convivencia más cercana con la especie, pues al no ser un animal que sirva para alimento, generalmente, este no ha sentido la amenaza del hombre e incluso se le acerca.

La piel de las iguanas, con pequeñas escamas, le sirve como receptora de calor. El sol restablece sus energías y, para conservarla, se quedan estáticas y erguidas.
Si alguien se pregunta si la iguana es una migrante más en esta ciudad conformada casi por completo por población foránea, la respuesta es no. Ella ya habitaba esta tierra desde antes de la fundación. Pero la pregunta que sí cabe es: ¿por qué continúan aquí?, si el sitio al que ellas llegaron, lleno de esteros saludables y árboles de sauce, cuyos frutos son su alimento favorito, se ha ido reduciendo año tras año y los bosques secos que ellas conocieron se transformaron en barrios, ciudadelas, urbanizaciones; si sus cuerpos de agua se convirtieron casi por completo en calles muy transitadas y los pocos espacios verdes fueron cercados.

“Se quedaron porque Guayaquil está rodeada de agua, porque los parques están muy cerca de la ría y porque las personas, generalmente, no las persiguen, ni mucho menos se las comen”, responde Hilgert.

Un ejemplo de convivencia entre el ser humano y la iguana se observa en la Base Naval San Eduardo, en la av. Barcelona, donde se exponen pequeños carteles que indican: “En este reparto las iguanas tienen preferencia”, y los autos se detienen mientras ellas cruzan.

Sin embargo, el crecimiento urbano les ha ido quitando espacio u obligándolas a compartirlo. Eso sucedió en el lugar donde se deposita la basura de la ciudad, el relleno sanitario Las Iguanas, llamado así desde antes de la expropiación de terreno por parte del Cabildo local. “Decidimos no cambiarle el nombre porque la comunidad ya lo reconocía así, por la abundante presencia de la especie en el lugar”, comenta Gustavo Zúñiga, director de Aseo Cantonal, Mercados y Servicios Especiales del Municipio. Pero estas residentes ilustres se han adaptado a los cambios, al ruido y a las miradas de los humanos.

A lo que no se pueden acoplar todavía es a aceptar que donde antes cruzaba un brazo de estero, ahora cruza una calle de alto tránsito, y que los pequeños troncos o la fuerza que usaban para cruzar ya no son necesarios cuando la luz roja del semáforo se enciende y los carros detenidos le abren paso.

Esta iguana está presente en toda la Costa del país, pero ninguna tan urbana como la guayaquileña, que entre el cemento, asfalto y las áreas verdes continúa sus rituales. Marca territorio, otro motivo por el cual biólogos que la han estudiado presumen que muchas especies navegaron, sobre lechuguines y troncos, desde la isla Santay hasta lo que ahora es el Malecón Simón Bolívar.

Jóvenes ejemplares llegaron a marcar su espacio con un fluido parecido a la saliva que expulsan de su garganta, a lucir sus colores intensos como método de conquista durante la época de apareamiento.

Los machos toman más sol para tener más energía, mover más su cabeza y atraer a la hembra. Ella no se opone y empieza el ciclo reproductivo, en Ecuador, de noviembre a febrero, donde buscan espacios arenosos para depositar los huevos. Algunas madres esperan cerca de la zona, vuelven o se van para siempre, pero si ninguna serpiente, su principal depredador, los encuentra, llegarán a la vida, de color verde brillante, a cumplir su tarea en el ecosistema: convertir las verdes hojas en abono natural, servir de alimento a otras especies, como reptiles más grandes, aves o mamíferos, o a posar como ícono de Guayaquil.

Derek Martillo se acerca sin temor a una apacible iguana del parque Seminario, aunque esto no es recomendable.
Tienen casa en el centro de la ciudad
La iguana verde se apropió de un parque en el centro de la ciudad. Tanto así que si alguien pregunta por la plaza de Bolívar, varios guayaquileños se quedarán sin respuesta; si se pregunta por el parque Seminario, otros pocos tendrán duda al responder, pero si se pregunta ¿cuál es el parque de las iguanas?, la respuesta no tarda. Está entre las calles Chile, Chimborazo, Clemente Ballén y 10 de Agosto. Es su parque, ellas son las anfitrionas.

En este parque, de 5.108 m², habitan de 250 a 300 individuos, de acuerdo con el Departamento de Áreas Verdes del Municipio de Guayaquil.

Este es un sitio obligado en cualquier recorrido turístico por Guayaquil, una plaza inaugurada el 25 de julio de 1895, donde las iguanas conviven con el ser humano de cerca, llegando al punto de dejarse tocar y alimentar, aunque no sea lo más recomendable, porque estos reptiles están acostumbradas a conseguir su propio alimento y si pierden este instinto natural porque los visitantes del parque les proveen comida, se pueden volver agresivos y convertirse en ladrones de alimentos.

Además, su cola, que en la edad adulta llega a medir hasta un metro, es su arma de defensa ante cualquier acto que consideren peligroso.

viernes, 9 de julio de 2010

Reptiles que vuelven al mar

A través de las iguanas marinas entendemos cómo el paso de la tierra al mar pudo haber ocurrido en el pasado.
Desde Las Encantadas
Paula Tagle
nalutagle@eluniverso.com

Si bien la vida vino en sus principios del mar, muchas especies, luego de millones de años de evolución y después de convertirse en terrestres, retornaron a las aguas a conquistar otra vez un medio salino, más denso que el aire.

Actualmente, las únicas iguanas en el mundo que se alimentan en el océano son las iguanas marinas de Galápagos.

Así ocurrió con las tortugas marinas que se diversificaron como criaturas terrestres para luego colonizar el mar en tres ocasiones distintas.

Las iguanas marinas evolucionaron posiblemente hace 10 millones de años, en islas que hoy están sumergidas, islas que podríamos llamar “las viejas Galápagos” (La Dorsal de Cocos) ubicadas entre el actual archipiélago de Colón y Centroamérica. Según Martín Wikelski, su ancestro estaría relacionado con el género Ctenosaurus de las iguanas negras de Centroamérica.

Pudo haber venido incluso del Caribe, donde hay una gran diversificación de iguanas. ¿Cómo así del Caribe cuando el Istmo de Panamá interrumpe el paso del mar? Hay que recordar que el istmo es una barrera reciente, apenas terminada de cerrarse hace menos de tres millones de años.

Estos ancestros aprendieron a obtener su alimento del mar: algas del genero Ulva; es decir, plantas marinas. Muy pocos reptiles son exclusivamente herbívoros. Apenas el grupo de las tortugas, y solamente el 2% de todas las lagartijas e iguanas del mundo. En cambio, en el pasado, montones de especies de dinosaurios eran enteramente herbívoras y además muy eficientes.
Seguramente, entonces los dinosaurios, como ahora las iguanas marinas, contaban con una población residente de bacterias en su estómago para hidrolizar y fermentar el material vegetal engullido, que de otra manera no hubiera podido ser digerido por el huésped.

Las iguanas marinas retienen por largo tiempo (de 7 a 10 días) las sustancias contenidas en el alga macrophytica de la que se alimentan, asegurándose así que queden expuestas a una prolongada digestión bacteriana para permitir la degradación eficiente de varios compuestos que serían de otra manera desaprovechados.

Otra similitud entre nuestra iguana y los extintos dinosaurios es el uso de gastrolitos. Se ha sugerido que varias especies de dinosaurios herbívoros ingerían grandes piedras que colectaban en un compartimento parecido a la molleja, para triturar las cuantiosas cantidades de plantas de las que se alimentaban.

Estas “piedras de estómago” o gastrolitos han sido reportados dentro de, o cerca de fósiles de dinosaurio como prosaurópodos, saurópodos y ornithópodos. A pesar de que existe una gran controversia de hasta qué grado los dinosaurios usaban gastrolitos, varios científicos sugieren que era una práctica común. ¡Y las iguanas marinas también lo hacen!

Si tuviera que elegir una especie de Galápagos, como la más especial en comportamiento y singularidad, me quedaría con las iguanas marinas. No existen en ningún otro lugar, pueden sumergirse en el mar hasta 25 metros y mantenerse por una hora.

Las iguanas marinas revelan pistas de cómo pudo haber sido la vida de aquellos otros reptiles que dominaron el planeta. Estudiándolas y observándolas aprendemos del pasado, y protegiéndolas conservamos el futuro.

Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador

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