Paula Tagle sembrando un árbol en una de las islas del Archipiélago de Galápagos. |
Desde Las Encantadas
Paula Tagle
“Un lindo proyecto que involucró al Parque, huéspedes, compañías y guías. Se contribuyó no solo con dinero sino con las propias manos en la tierra de las Islas Encantadas”.
Volaba rumbo a Galápagos y para distraer mi pánico irracional a los aviones me clavé en la revista de la aerolínea: Nuestro mundo. Dos artículos, junto a una experiencia última en las islas me inspiraron a escribir estas líneas. ¿Qué podrían tener en común ‘La responsabilidad corporativa’ de Abraham Mora, y ‘Corea del Sur, un paraíso próspero y verde’, de Juan Carlos Castillo? A más de estar bien escritos y tocar temas interesantes.
El primero se refiere a cómo las empresas, globalmente, comienzan a incluir en sus agendas el compromiso con las comunidades locales y el medio ambiente. Incluso existe un término para esto “Responsabilidad Social Corporativa”. El segundo artículo hace referencia a lo importante que es para Corea del Sur el día del árbol, y recuerda cómo la tradición comenzó en Nebraska un 10 de abril de 1872.
Intentando desviar mi mente de los 10 mil metros que me separaban del mar, asocié estos escritos con una hermosa actividad de la que había sido parte días atrás.
Una agencia de EE.UU. alquiló los barcos en que trabajo por cuatro semanas consecutivas. Justamente llevados por el principio de la “responsabilidad social”, consultaron con el Parque Nacional Galápagos para dejar su granito de arena en las islas. El Parque les propuso ser parte del programa de reforestación de un sector cercano a Los Gemelos (cráteres), en la parte alta de Santa Cruz. Y así lo hicieron, involucrando a sus huéspedes y guías, el mes en que se celebra el primer día del árbol a nivel mundial.
El grupo inaugural, de cuarenta personas, plantó doscientos cincuenta arbolitos. Los guarda parques, al mando de Wilson Cabrera, nos esperaban con los agujeros listos, y las plántulas de varias semanas de vida en sus respectivas fundas.
Se trataba de tres especies, dos endémicas (lechoso y cafetillo), y la otra nativa (uña de gato). Llevábamos guantes, palas y mucha agua, que el calor en esta temporada deshidrata en cinco minutos. A la siguiente semana, el segundo grupo de huéspedes quiso romper el récord y llegamos a 450 arbolitos.
Los niños eran los más entusiastas; con delicadeza transportaban las plantitas a su nuevo hogar, compactando el suelo a su alrededor, poniendo estacas para que crecieran erguidas y hacia el sol. Cada grupo se esforzaba por superar los récords de las semanas anteriores, y en total, se plantaron mil quinientos arbolitos.
Esta zona había estado cubierta de mora, especie invasora y bastante agresiva, muy difícil de erradicar. Con suerte, abundantes lluvias y la buena energía que le aplicamos, la flora propia de Galápagos volverá a colonizar este sector poniendo un alto a la dispersión de la mora.
Fue un “granito de arena”, más bien “un arbolito entre tantos”, pero un lindo proyecto que involucró al Parque, huéspedes, compañías y guías. Se contribuyó no solo con dinero (que cada visitante ya aporta con el pago de su ingreso al Parque) sino con las propias manos en la tierra de las islas Encantadas.
Este es un ejemplo de “responsabilidad social corporativa” digno de imitarse, no solo aquí, sino en cualquier lugar del planeta. La experiencia de dar, conecta con la realidad del sitio visitado, y es ciertamente lo más gratificante; dar, proporciona felicidad.