Desde Las Encantadas
Paula Tagle
nalutagle@eluniverso.com
Cerro Mesa
“Lo tiene todo, pero principalmente es ejemplo de amor y dedicación de una familia a su tierra y a los principios de conservación”.
Difícil estar segura de los factores que determinan que un sitio me cautive; a veces es por su belleza deslumbrante o porque lo conociera en un momento de particular sensibilidad; muchas es la calidez de su gente, la historia de quienes lo habitan, lo cuidan o cuidaron haciendo de un pedazo de tierra su proyecto de vida.
En Cerro Mesa me es complejo descifrarlo, pero sé que aquí me siento bien. Intento ser objetiva, porque deseo la mejor experiencia para mis huéspedes, sin embargo, hay espacios que simplemente me llegan, sin darle mucha vuelta.
Y, por supuesto, Cerro Mesa tiene lo suyo. Está la vista desde el mismo Cerro, a 490 metros sobre el nivel del mar, de donde se observa la zona árida al norte de Santa Cruz, se divisan Baltra, Santiago y, hacia el sur, Bahía Academia, con el desorden de Puerto Ayora, una ciudad que ha crecido sin planificación ni coherencia urbanística, pero que a la distancia brilla con el encanto de su mar turquesa de locos.
Este lugar fue cantera, y de aquí se obtuvo el material con que se construyó la carretera hacia el canal de Itabaca, para cruzar al aeropuerto en Baltra. Luego lo quisieron convertir en botadero de basura, entonces la familia Zambrano Jeria, propietaria, comenzó un largo proceso de trámites y papeleos para conservar su sitio y convertirlo en una reserva natural, hoy la única reserva privada que existe en la isla Santa Cruz.
Han sido más de quince años de dedicación, erradicando poco a poco las plantas introducidas, trazando senderos interesantes, reforestando con plantas nativas y endémicas una zona que había sido ya bastante afectada por el impacto humano. Hoy se ven magníficos resultados. Pequeñas Scalesias y Darwinothamus recolonizan estas tierras que antes fueron suyas; dos especies de plantas únicas a la isla Santa Cruz, y que como género son exclusivas a Galápagos.
Lo que más me intriga es la presencia de un tipo de tortuga gigante del que desconocía su existencia. “Parece que solo quedan setenta individuos”, comenta Paola Zambrano Jeria, quien junto con sus hermanos, padres, y en el pasado su abuelita Piedad de Jeria (la visionaria que luchó por conservar Cerro Mesa en la familia) trabajan para sacar esta reserva adelante.
Santa Cruz es la segunda isla más grande. Toda la vida hemos caminado sus senderos en la zona noroccidental para observar tortugas gigantes, una subespecie colosal de las once descritas. Pero resulta que al lado este de la misma isla siempre ha habitado otra variedad, mucho más pequeña y con los bordes del caparazón levemente torcidos hacia arriba. Ignoro si se trata de una nueva especie o subespecie, porque la clasificación de los galápagos está en constante revisión. Lo que sí sabemos es que son poblaciones completamente aisladas la una de la otra, misterio que agrega encanto a mi recién descubierto Cerro Mesa.
Y para completar el sortilegio, pasando la laguna de patillos de Bahamas y un bosque de guabas nativas, se llega a un “cráter de pozo”, un agujero gigante que nunca ha erupcionado, formado más bien por grandes colapsos en la superficie, tal como se originaron los conocidos gemelos del lado noroccidental. Es decir, Cerro Mesa lo tiene todo, pero principalmente es ejemplo de amor y dedicación de una familia a su tierra y a los principios de conservación.
Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador