Desde Las Encantadas
Paula Tagle
“En Galápagos se han descrito aproximadamente doscientas especies (...). Hay una en particular que me ha causado curiosidad en los últimos meses, se trata de la estrella de sol (Heliaster cumingii)”.
La zona de entre mareas está llena de misterios; un mundo poblado por criaturas antiguas, que habitan el planeta desde antes que cualquier ancestro de anfibio se atreviera a pisar tierra.
Sus formas, anatomías, estrategias de supervivencia siguen siendo las mismas que hace cientos de millones de años. Seres “matusalémicos” que, obviamente, han encontrado prácticas exitosas para seguir habitando el planeta.
Están las esponjas, sí, las mismas con que enjuagamos los platos, primeros organismos multicelulares, primeros animales propiamente dichos. Se especializaron en bombear; toneladas de agua pasan a través de sus cuerpos y así, no solo se alimentan, sino que clarifican el mar, la luz penetra mejor a los arrecifes, y la vida puede seguir su curso.
Luego están los nidarios, que fueron los primeros en juntar nervios y músculos, lo que les permitió combinar movimiento y comportamiento a la vez. Un buen ejemplo son las aguamalas, que se desplazan y alimentan al mismo tiempo.
Después aparecieron los platelmintos (gusanos planos), y con ellos se “inventó” la cacería; organismos simples pero con simetría bilateral, una ventaja para el movimiento dirigido en una sola dirección.
De ahí evolucionaron los gusanos con cuerpos anillados, que hace 530 millones de años empezaron a escarbar en el fondo marino, liberando CO2 a la atmósfera. Esto contribuyó a la formación del escudo que permitiera el desarrollo de nueva vida en la tierra.
Siguieron los moluscos, con un solo pie pegajoso; desarrollaron boca, con dientes, en lugar del orificio único (para todas las funciones) de los organismos anteriores.
Finalmente llegamos a los equinodermos, criaturas con simetría radial, filtradoras, de esqueleto interno. Constituyen el más grande phylum sin representantes terrestres o en agua dulce. Tienen el poder de restaurar tejidos, órganos, patas y logran incluso la completa regeneración a partir de una sola extremidad.
En Galápagos se han descrito aproximadamente 200 especies, la mayoría de ellas a profundidades mayores de cien metros.
Dentro de este grupo se consideran erizos, pepinos y estrellas marinas. Hay una en particular que me ha causado curiosidad en los últimos meses, se trata de la estrella de sol (Heliaster cumingii). Abundaba antes de El Niño 1982-83, luego sus avistamientos escasearon.
En mis veinte años en las islas, la había observado en contadas ocasiones. Pero en los últimos meses, por algún motivo, han sido bastante conspicuas. Su cuerpo es rojizo, de un radio de 9 centímetros y con 32 hasta 40 rayos (o patas). Los rayos están libres solo en un 25%, por lo que parece más bien un erizo sin espinas.
Se alimenta de bálanos y otros invertebrados sésiles, y es endémica. ¿Cuál será el motivo de su reciente relativa abundancia? Tal vez se deba a que las aguas en Galápagos no terminan de enfriarse, presentando temperaturas de 2 a 3 grados centígrados más elevadas que lo normal para esta época del año. ¿Será que ha disminuido su depredador? Muchas preguntas se me cruzan por la cabeza. Una relativa abundancia no es casualidad, nada en el planeta lo es. Cuando una cosa cambia, todo se afecta.
Habrá que seguir observando, investigando, y gozando con la diversidad de la zona de entre mareas.
Después de los equinodermos, los mares se poblaron de artrópodos, hasta que aparecieron los cordados, grupo al cual pertenecemos, pero eso es otra historia.