MUISNE, Esmeraldas. Decenas de pobladores de la isla trabajan en los programas de reforestación del manglar que realiza la organización Fundecol desde 1992 en las zonas donde se construyeron piscinas para la industria camaronera.
Mujeres, concheros, estudiantes, pescadores, carboneros... 250 personas unidas el pasado domingo para curar a lo que consideran su casa: el manglar de Muisne; la mejor forma, dicen ellos, de festejar el día internacional por su defensa, que se recuerda cada 26 de julio.
A las 10:00 de ese día, los distintos grupos, convocados por la Fundación Fundecol, se concentraron en el muelle de Muisne, donde una decena de botes los esperaba para llevarlos a la isla del mismo nombre. Ahí, tras un viaje de 30 minutos, desembarcaron en el sector conocido como Javiyal, una de las tantas zonas destruidas por la expansión de la industria camaronera en los años ochenta.
“Buscamos estos sectores donde hay piscinas abandonadas, para con la siembra tratar de recuperarlos”, asegura Frank Navarrete, encargado del programa de reforestación de Fundecol. Este se viene ejecutando desde 1992 en lo que comprende el Refugio de Vida Silvestre del sistema Muisne-Cojimíes (ubicado entre el sur de Esmeraldas y norte de Manabí). Según Navarrete, en esta área hasta los años setenta existían 20.093 hectáreas de manglar, pero la industria camaronera acabó con el 90% de este ecosistema y hoy solo quedan 3.173 ha.
“Gracias a Fundecol hoy comprendemos cuánto daño nos hacemos a nosotros mismos si destruimos el mangle, que es nuestra fuente de empleo y alimento”, expresa Olinda Reascos, presidenta de la Asociación El Progreso de la Florida, que agrupa a 20 concheros de Muisne, quienes también participaron en el proceso de reforestación del domingo.
Es un trabajo minucioso, explican ellos, que se inicia con la búsqueda de semillas del árbol de mangle rojo en el propio ecosistema. Estas serán sembradas en la tierra fangosa a una distancia de dos metros, a la espera de que nazca un nuevo árbol que cada año crecerá 75 centímetros hasta alcanzar su altura máxima de 22 metros.
Mediante estos procesos, Fundecol y los habitantes de los denominados pueblos ancestrales de la zona han trabajado en la recuperación de 1.500 hectáreas del Refugio de Vida Silvestre del sistema Muisne-Cojimíes en los últimos quince años. No obstante, la reforestación perdura solo en 400 ha, indica Lourdes Proaño, directora de la Fundación. “Aunque esta fue declarada una área protegida por el Gobierno en el 2003, se sigue talando árboles, incluso en partes donde ya hemos hecho trabajos de recuperación.
Pero aunque los vuelvan a talar, volveremos a sembrar una y otra vez”, asevera.
Esa continua deforestación ya está pasando factura, señala Frank Navarrete refiriéndose al aguaje registrado la última semana de julio en las poblaciones costeras de Manabí y Esmeraldas, donde varias casas construidas cerca de las playas fueron destruidas por el golpe de olas de más de tres metros de altura y que ha dejado más de un centenar de damnificados. “El manglar es una barrera protectora contra las repentinas subidas del nivel del mar y los vientos huracanados; si no se comienza a controlar su tala habrá más desgracias por los fenómenos naturales”, advierte.
Pero ese no es el único efecto negativo de la destrucción de este ecosistema.
Lourdes Proaño indica que 2.500 personas en Muisne han perdido sus trabajos como recolectores de conchas, cangrejos o pescadores, por la destrucción del manglar. “Toda la riqueza natural de este sitio, los peces, las aves y los moluscos están desapareciendo porque ya no tienen su refugio de vida”, añade Proaño, quien indica que el caso más crítico es el de la concha.
La presidenta de la Asociación de Concheros El Progreso de la Florida asegura que muchos de sus compañeros han emigrado a El Oro a laborar, abandonando sus familias, desesperados por la escasez de los moluscos y el maltrato que –dice– sufren al tratar de conchear. “Los camaroneros nos mandan guardias a que nos disparen o sueltan a sus perros para que no nos acerquemos al manglar, que es nuestra casa”, afirma.
Es ese sentido de pertenencia el que también busca rescatar Fundecol entre los pobladores de Muisne, a través de programas de concienciación sobre el rescate del ecosistema, como el ocurrido el domingo, que culminó en una vigilia nocturna a bordo de las canoas y una marcha en las calles de Muisne.
“Hacen falta más controles para evitar la deforestación, pero aunque esto se cumpla nosotros seguiremos insistiendo sobre la necesidad de proteger el manglar”, expresa Proaño.
Agroecología
Unos 120 habitantes de Muisne, antes pescadores o concheros, se dedican a la agricultura orgánica, con la capacitación que les da Fundecol en producción de plátanos, naranjas y otros alimentos sin usar químicos.
Ferias
Los agricultores hacen ferias para ofertar sus productos. Estas se realizan cada mes, pues la falta de medios de transporte impide que se realicen más seguido.
Turismo
A través de Fundecol se promocionan visitas turísticas a Muisne, con prácticas de pesca y concheo en el manglar, alimentación con comidas típicas, alojamiento en cabañas y la posibilidad de participar en los programas de reforestación del mangle.
Paquetes
Hay cuatro diferentes paquetes turísticos, cuya descripción y costo se puede conocer a través de la página www.fundecol.org.