Desde Las Encantadas
Paula Tagle
nalutagle@eluniverso.com
“Que la han visto, que estaba enredada en una bolsa, que es preciosa, peluda, ojos inmensos. Finalmente entiendo: se habían topado con una ratita de arroz, más bien la habían “atrapado”, sin querer”.
Los pasajeros retornan de la isla Santa Fe; los recibo en el portalón del barco, y desde varios metros antes de su arribo puedo escuchar la algarabía. Ni siquiera se han asegurado a la escala, cuando atropelladamente intentan contarme el motivo de su emoción. Que la han visto, que estaba enredada en una bolsa, que es preciosa, peluda, ojos inmensos. Finalmente entiendo: se habían topado con una ratita de arroz, más bien la habían “atrapado”, sin querer.
Les hacía gracia que Walter Pérez, el guía del grupo, se pasara las dos horas de caminata buscando al animal; incluso ofreciendo premio al primero que la descubriese. Pero las ratas de arroz no son avistamientos comunes, es más, en mis años en Galápagos jamás me he topado con una. El sol comenzaba a ocultarse, la luz perfecta de las seis de la tarde iluminaba el sendero a la playa, y cuando los huéspedes se reunían para retornar al barco, allí estaba, una ratita de arroz con los incisivos enredados en el bolso de un pasajero. Y claro, primero las risas, tanto afán en encontrarla, para hallarla en el punto de partida. Luego vinieron las fotos, las explicaciones, la alegría, y después la liberación del animalito. Con mucho cuidado Walter tuvo que cortar los hilos del bolso, porque no había manera de que el pequeño roedor se desenredara. Al final fue soltado, y por unos segundos permaneció estático, seguramente agradecido, con un pedazo de tejido colgándole aún entre los dientes, para luego desaparecer de inmediato entre montes salados y sombras.
La muy traviesa rata se había metido en aquel lío por andar royendo lo que encuentra a su paso. Su dieta va de semillas de hierbas a frutas y semillas de cactus, lantana, muyuyo, ramas de monte salado, pasando por saltamontes y gusanos.
No quedan muchas islas con ratas endémicas. Son apenas tres: Fernandina, que posee dos especies únicas; San Salvador, con una especie que se pensó extinta y fue redescubierta en 1997, y Santa Fe, con la ratita “come bolsos de pasajeros”, de nombre científico Aegialomys bauri (Allen, 1892), antes conocida como Oryzomys galapagoensis bauri.
Conocemos sobre su existencia gracias a restos de huesos hallados en “egagrópilas” (bolas formadas por restos de alimentos no digeridos) regurgitadas por lechuzas y búhos, principales depredadores de las ratas de arroz. Desaparecieron básicamente luego de la introducción de la rata negra (Rattus rattus) que llegara accidentalmente en los barcos que arribaron a las islas durante los últimos siglos. Las ratas negras pueden haber traído consigo enfermedades y parásitos que decimaron las poblaciones de nuestra rata endémica, a más de competir superiormente con ellas.
Pero, afortunadamente, Santa Fe no posee Rattus rattus, lo mismo ocurre en Fernandina, por lo que sus poblaciones de ratas de arroz han sobrevivido. Y como todo animal de Galápagos, son relativamente inocentes y curiosas.
Hace muchos años una amiga mía, recién investida como guía del Parque, casi mata una ratita de arroz fisgona, como la nuestra. Pensó que se trataba de un mamífero introducido. Si se topan con un roedor pequeño, peludo, de ojos gigantes, husmeando y mordiendo sus cosas, en las islas Santa Fe, Fernandina o San Salvador, considérense afortunados y observen cada detalle de la endémica ratita de arroz.