miércoles, 28 de julio de 2010

En Puerto López, Manabí, ‘Mi primera ballena a los 88 años’

Daniel Carrillo Carrillo durante el avistamiento de ballenas.
Texto: Alex Carrillo J.
Era el tercer viaje que hacía junto con mi padre, de adulto. De pequeño era su hijo preferido y me llevaba a todas partes.

Recuerdo mis visitas al extinto parque de diversiones La Macarena, en Guayaquil, múltiples viajes en tren a la hacienda San Rafael (cerca de Bucay) y también hasta Quito. Cada una de nuestras salidas era toda una aventura para mí. En mi mente siempre estaba la idea de que cuando yo fuera grande me compraría un carro y sería mi turno de llevarlo. Ahora soy quien conduce y organiza las escapadas.

El último viaje fue el 26 de julio en plenos festejos de las fiestas patronales de Guayaquil. Daniel Carrillo es mi papá. Nació el 21 de julio de 1920 y le propuse ver las ballenas. Él, temeroso, me dijo: “¿Seguro que quieres ir para allá?”; me di cuenta de que no lo decía por mí, sino por su temor al mar.

Llegamos a Puerto López el viernes 25 para averiguar sobre los tours. Debo confesar, por seguridad de turistas nacionales y extranjeros, que hay muchos avivatos que ofrecen viajes para ver a los cetáceos, pero no se confíe. Lo mejor es recorrer en todo el malecón de Puerto López las oficinas de turismo tanto en hoteles y casas conocidas en el lugar.

En la primera noche salimos a beber cocteles, tomamos cada uno siete caipiriñas en un simpático bar. A la mañana siguiente, mi papá se sentía como que había tomado cien cocteles. Decidió desayunar un cebiche de camarón para que se le pasara el chuchaqui. Luego fuimos a la oficina donde contratamos el paseo. Allí, dos chicas muy amables nos comentaron que los otros pasajeros eran familias, una colombiana, una quiteña y el resto de Guayaquil.

Ya en la playa nos sacamos los zapatos, las medias, nos arremangamos las bastas del pantalón, y arriba. Nos sugirieron que nos fuéramos adelante porque había menos zangoloteo y así evitaríamos marearnos. Eso me preocupó por Daniel, pero preferí esperar a ver qué pasaba. Antes de zarpar me dijo: “Llama a tus hermanas. Diles dónde estamos, dónde queda el carro, el nombre de la embarcación, diles todo, por cualquier cosa. Si accedí a este paseo fue por ti y si Dios quiere que me quede en el mar, pues allí me quedaré”. Eres exagerado. No va a pasar nada, le dije.

En Puerto López, Manabí, ‘Mi primera ballena a los 88 años’

Había aguaje. Las olas eran más o menos grandes. Él me miraba algo preocupado, pero sin decir nada. Yo me puse unos audífonos para escuchar música y me hice el ‘loco’. El sitio donde están las ballenas es muy amplio. No piense que ellas esperan al turista para que las fotografíen. Hay que tener muchísima paciencia para verlas a plenitud.

Cuando arribamos a la zona de avistamiento, no estábamos solos. Había embarcaciones provenientes de algunos puntos costeros que han encontrado un buen negocio gracias a las ballenas. El avistamiento funciona así: el timonel se deja llevar por las indicaciones que otro tripulante le indica desde la proa. “Allá, más adelante. Allí se ven las ballenas”. Los dos motores aceleraron y también el resto de embarcaciones. Todas estaban atentas a los movimientos de las otras. Apenas vimos tres jorobas. Luego, una aleta que desapareció más rápido que haber llegado hasta allí. Todos, con cámaras y filmadoras, querían llevar su recuerdo, pero me dio la impresión de que las ballenas no estaban contentas con la presencia de las embarcaciones.

Desde las 10:00 no habíamos visto mucho. Era casi mediodía. Daniel estaba atento. No se movía. Su mirada estaba fija. Al verlo decidí adoptar su misma actitud. Me acerqué hacia él y le dije: ¿Estás bien? “Sí, quédate de este lado. No sé por qué creo que vamos a ver una ballena”.

Después de casi dos horas en alta mar, no pasaba nada. La gente se alegraba al ver el lomo de un cetáceo. Yo estaba picado. Quería ver más. La batería de mi cámara se agotaba.

De repente, cuando pensaba que debía regresar otro día, mi papá me cogió de la mano y me dijo que mirara. Lo único que alcancé a decir en voz alta fue ¿guau! Me quedé callado e inmóvil al ver este increíble animal de unos 14 metros que salía del agua a una distancia de casi 8 metros. Fue tanta la emoción que no tuve tiempo de tomar la foto.

Todo ese momento lo grabé para siempre en mi memoria. Ver a mi padre emocionado, paciente y asombrado por haber visto su primera ballena, justo en el mes que cumplió 88 años. “¡Es la primera vez que veo estos animales en vivo. Es la cosa más linda”. Eso me dijo. Sentí que cumplí con él y conmigo, porque siempre lo quiero ver así, feliz. ¿Por cuánto tiempo más? No lo sé. Lo que sí haré es seguir disfrutando de su compañía. Es lo mejor que me puede pasar.

Puerto López, 25 de julio del 2008

Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador

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