En los océanos de nuestro planeta vive esta colosal criatura emparentada con los tiburones. |
Desde Las Encantadas
Paula Tagle
nalutagle@eluniverso.com
Mantarrayas
“Su espalda negra se confunde con el azul oscuro del mar profundo. Pez diablo la llaman algunos, por las protuberancias en la cabeza, que lucen como cuernos”.
Compartí el mar con una mantarraya (Manta birostris), y lo de femenino se aplica doblemente, uno porque manta era; dos, porque se trataba de una hembra. Nadaba dócilmente de un extremo a otro de la pared de la pequeña isla Guy Fawkes ubicada frente a la isla Santa Cruz. Espera pacientemente un afloramiento de plancton, y mientras tanto, dejándose limpiar de parásitos y piel muerta, por peces ángel y viejas.
Desde el bote llamado Zodiac, un “bicho” de estos asusta, y una vez en el agua, asusta aún más. ¿Pero que podía hacernos un pez con dientes vestigiales apenas en la mandíbula inferior y casi por completo escondidos por su piel? Y a pesar de que poseen cola como las rayas sartén, carecen de aguijón, por lo que son completamente inofensivas. Igual, impresiona su envergadura de alas, porque alas parecen aquellas aletas pectorales con las que surca los mares, solitaria y gentil.
El panguero que me acompaña, Álex Medina, originario de Salango, me dice que en la costa del Ecuador caen comúnmente en las redes de pesca; que se le da uso a su carne y que a veces le cortan las “alas” para hacerlas pasar por aletas de tiburón, después de todo ambos son peces cartilaginosos; de sus espinas se hacen espuelas para peleas de gallo. La miro una vez más, tan grácil y elegante, y el corazón se me encoge imaginándola retorciéndose desesperada entre mallas de pesca.
Nado sobre ella, su espalda negra se confunde con el azul oscuro del mar profundo. Pez diablo la llaman algunos, por las protuberancias en la cabeza, que lucen como cuernos. Casi que llego a acostumbrarme a su silenciosa presencia, y de pronto gira, se da la vuelta por completo exhibiendo el blanco impecable de su parte ventral; siento que me mira, se acerca.
Me da un breve ataque de pánico, recuerdo que estoy junto a un gigante de 5 metros de envergadura de ala y que no soy más que una mortal flotando en lo más superficial del mar, apenas vislumbrando un pedacito de lo que ocurre en ese otro medio que conforma las tres cuartas partes del planeta que habitamos, para el que no estoy diseñada y del que conozco muy poco.
Un lobito marino pasa distraído y no alcanza a entender por qué la gente lo ignora, cuando él se sabe tan regio. Luego mira hacia abajo y la descubre, y siento que el lobo también se estremece ante su majestuosidad. Pero el asombro no le dura mucho tiempo, el lobo quiere jugar y si estos humanos no le van a hacer caso por mirar a una mantarraya, él prefiere retirarse a buscar criaturas más divertidas.
La mantarraya es la especie con el cerebro más grande en comparación al tamaño de su cuerpo, de entre todos los Elasmobranchii (clase para rayas y tiburones). El espécimen más grande reportado medía 7,6 metros con un peso de 2.300 kilogramos. Son vivíparos, es decir “dan a luz” a uno, máximo dos pequeños, luego de una gestación que dura de 10 a 14 meses.
Es una criatura de aguas tropicales y subtropicales y desde el 2006 entró a la lista de la IUCN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) como especie “casi amenazada”, porque en muchos países del mundo se la pesca indiscriminadamente.
Sin embargo, en Galápagos nada protegida, y yo, por una feliz casualidad, pude compartir varios minutos con un ejemplar hembra, inmenso y glamouroso.
Las islas, GALÁPAGOS
Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador
Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador
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