viernes, 11 de marzo de 2011

Paraíso volcánico

Desde Las Encantadas 
Punta Pitt está ubicada en el extremo este de la isla San Cristóbal. Es un conjunto de conos volcánicos erosionados.
Desde Las Encantadas 
Paula Tagle 
nalutagle@eluniverso.com

Punta Pitt

“Viví el sitio con el asombro de ojos nuevos, de una experiencia inaugural; porque hace muchos años que no visitaba el lugar, porque los planetas hoy estaban correctamente alineados...”.

Estoy feliz, enamorada, con la frescura de una primera vez; mi cara iluminada por esa sonrisa abobada y dulce de quien ha dado su primer beso, sintiéndome dueña del mundo, capaz de conquistar cualquier cumbre en nombre del amor, de mi amor. Alfonsina Storni escribiría “rosas, rosas a mis manos crecen, mi amante besóme las manos, y en ellas, oh gracia, nacieron rosas como estrellas”.

Y yo digo que rosas crecen en mi alma porque el viento desbordado de Punta Pitt y sus olas rompiendo en acantilados de árida locura las han hecho florecer. Amo Galápagos como si fuera mi primera vez en estas islas; cada lobo que he visto, cada iguana marina me hizo saltar de emoción, al punto de que el pobre panguero tuviera que frenar la embarcación Zodiac en repetidas ocasiones pensando que nos íbamos contra una piedra.

Viví Punta Pitt con el asombro de ojos nuevos, de una experiencia inaugural, porque hace muchos años que no visitaba el lugar, porque los planetas hoy estaban correctamente alineados, por la espuma alborotada de la costa, quién sabe qué extrañas confabuladas coincidencias acontecieron en el Sistema Solar, pero hoy fue poesía, dulce, simple, presente poesía.

El cerro Pitt, o para ser precisos, la formación de toba (tipo de roca volcánica) en coordenadas 0.43° sur y 89.14° oeste, al noreste de la isla San Cristóbal, es sencillamente majestuosa. No hay volcán de ceniza volcánica tan zigzagueante y gigantesco en estas islas, una montaña tocando el mar, de capas café amarillentas. Es cierto que los chivos han tenido un impacto terrible en el paisaje.

No se observa mucha vegetación, apenas las plantillas de verde perenne, Lecocarpus (del grupo de los girasoles) aferradas a las paredes de los escarpados abismos, los únicos lugares donde los chivos no han podido llegar. Sin embargo, hoy no quiero hablar de problemas, que el Parque Nacional ya se está ocupando de la erradicación de especies introducidas por lo que un día Punta Pitt será como antes de la llegada del hombre, y ahora, gracias al hombre.

Hoy quiero celebrar la vida, la belleza en su esencia más vital, pura y plena. Hoy vi piqueros patas rojas, de ambos morfotipos, el blanco y el café, anidando en los escasos arbustos de los barrancos de caleta Andrés. Hoy abrí mis brazos al viento, con la ingenuidad con que lo hiciera hace ya muchos años, para jugar a ser árbol. Los extendí confiando que algún piquero patas rojas juvenil vendría a posarse sobre ellos. Vi fragatas magníficas, machos de buche inflado, hembras y juveniles en el islote Juan.

Un adulto agarraba por la cola a un pájaro tropical, que conocedor de la debilidad de las fragatas, el agua, se zambulló inmediatamente en el azul. Las gaviotas de cola bifurcada chillaban de contento, o de miedo, ante esta fragata frustrada sobrevolando sus nidos.

Los colores turquesa de aguas someras y de fondo arenoso contrastaban con los oscuros de mayores profundidades a lo largo del despeñadero. Y otra vez la montaña, solemne, sometida al viento, y aun, bien parada junto al mar, que la acaricia a veces con dulzura, a veces con violencia, pero siempre ahí, fiel, a su lado, por siglos ya transcurridos y siglos por venir. Hoy estoy enamorada y quiero gritarlo a los cuatro vientos. 
Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador

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