jueves, 5 de febrero de 2015

Principio del ‘handicap’: Conservación y riesgo

El llamativo saco o bolsa roja de la garganta de la fragata macho es empleado en rituales de cortejo.
Desde Las Encantadas 
Paula Tagle

“La hipótesis fue planteada en 1975 por el biólogo Amotz Zahavi y propone que la evolución de ciertas características iría en contra del principio Darwiniano de evolución”.
¿Por qué ciertas especies muestran características que son aparentemente inservibles, e incluso parecieran un obstáculo para su supervivencia? Me refiero, por ejemplo, al buche rojo e inflado de la fragata macho en época de cortejo. ¿De qué le sirve? No puede volar con semejante peso pendiendo de su garganta, es decir, está incapacitado de salir a pescar, a robar polluelos, o a perseguir aves para en el aire despojarlas de su comida. El macho permanece condenado a un arbusto por días interminables, bajo el sol, hasta que, si tiene suerte, una hembra finalmente se apiada de él y lo elige como pareja.
Este proceder extravagante, así como muchos otros, incluso humanos, se explica con el principio del handicap. La hipótesis fue planteada en 1975 por el biólogo Amotz Zahavi y propone que la evolución de ciertas características iría en contra del principio Darwiniano de evolución; en lugar de servir para la conservación del individuo, lo ponen en riesgo, pero de alguna manera le confieren ventajas en el momento de la selección sexual. Simplificando la ecuación: el principio del handicap depende de la asunción de que los que lo utilizan negocian costo a favor de beneficio de una manera creativa.
A pesar de estar sentado en el mismo arbusto por varias semanas, deshidratándose, en ayunas, el macho ha sobrevivido; el mensaje que transmite es que es tan apto que puede darse el lujo de excentricidades, es decir, un candidato perfecto para la cópula.
Con su gigantesca y colorida cola un pavo real ha logrado subsistir, a pesar de ser presa vulnerable de cualquier depredador; publica de esta manera que es un buen partido para producir saludables y bellos pavitos.
Si a pesar de fumar como loco, o de tener tatuajes que envenenan la piel, un hombre está vivo aún, anuncia que es un individuo interesante para la reproducción (o así lo entienden algunas, o asume él que ese es el mensaje que difunde con sus procederes absurdos y autodestructivos). Jared Diamond utiliza el handicap para explicar ciertos comportamientos humanos que implican alto riesgo. Son expresiones de instintos que han evolucionado a partir de este principio. Esto aclararía incluso el uso de joyas, o la invención del humor, o de los objetos de lujo.
Con carros de precios exorbitantes, o últimos modelos iPad y iPhone, el hombre anuncia que es tan óptimo proveedor como para gastar en excesos. Y a veces, mientras menos tiene, más ostenta, incluso poniendo en riesgo cosas importantes, como alimentación y salud. No en vano existe el dicho “El que carece presume”.
La señal indica calidad, porque aquellos con inferior eficacia biológica no podrían darse el lujo de caprichosos derroches.
Los comportamientos de handicap también pueden estar dirigidos a depredadores. Los saltos que ciertas gacelas hacen al momento en que detectan un león sería un buen ejemplo. El brincar delante del depredador, en lugar de salir corriendo, podría entenderse como un desperdicio de recursos. Pero si lo interpretamos a través del handicap, lo que la gacela estaría haciendo es mostrar al león que es tan rápida y fornida que puede darse el lujo de no escapar al instante. Así, con suerte y por el uso de este ingenioso mecanismo, puede ser que se salve del carnívoro que seguramente elegirá otra presa que salte menos, mostrando menos seguridad en sus propias capacidades.
Es muy interesante caminar por las islas e ir encontrando ejemplos del handicap. También es bastante seductor aplicarlo en el comportamiento humano, ya que, después de todo, el reflejo de los instintos antiguos está enraizado en nuestros más íntimos genes.
 
 
Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador

lunes, 2 de febrero de 2015

La nolana de Galápagos: Única en el mundo

La nolana es un arbusto que crece en varias islas de Galápagos.
Desde Las Encantadas 
Paula Tagle

“Es un hermoso arbusto de 1,5 metros de alto con numerosas ramas laterales. Las hojas tienen la forma de un bate de béisbol y se encuentran en agregados ceñidos, sencillos”.
Muchas plantas de la zona litoral de Galápagos son reconocibles en el continente. Son especies que se han adaptado a sobrevivir en un ambiente salino, que en marea alta, o durante los aguajes, pueden incluso llegar a cubrirse de mar, y que pasan también largos periodos no expuestos, ni al agua del océano, ni de ningún tipo, durante la estación seca.
Estas especies, en su mayoría, son dispersadas por corrientes marinas lo que explica que se encuentren en playas a lo largo del mundo y que por tanto, casi en su totalidad, no sean endémicas. Recordemos que endémico significa único a un lugar específico, y el requisito fundamental para que una especie evolucione a algo único es el aislamiento. Si se dispersa con facilidad, no hay tal.
Caminando por el litoral de Manabí, Guayas o Santa Elena nos topamos con los mismos mangles de Galápagos, el de botón, el rojo, el blanco y el negro. Cada uno tiene una adaptación especial que le permite sobrevivir en condiciones adversas y extremas. El mangle negro (Avicennia germinans), por ejemplo, posee extensiones de sus raíces, conocidas como pneumatophores, que llegan hasta la superficie y lo ayudan a respirar oxígeno del aire. El mangle requiere de estas estructuras porque pasa sumergido en suelos lodosos, saturados de agua. Además las hojas cuentan con glándulas especializadas que le permiten eliminar el exceso de sal.
Otra especie que crece tanto en Galápagos como en la costa ecuatoriana es la Ipomoea pes-caprae, que lastimosamente ya casi no existe en Punta Carnero porque se asume que una playa libre de rastreras luce mejor, cuando son ellas justamente las que retienen la arena y han sido responsables de la edificación de la misma playa. Otro ejemplo es el Sesuvium, con hojas suculentas entre verde y rojo, más rojizas en la época seca en que la planta guarda la clorofila en su interior. Está la Maytenus octogona (rompe ollas), de hojas gruesas, con la aspereza del cuero, que crecen paralelas a los rayos del sol, para evitar el exceso de pérdida de agua por evapotranspiración.
Sin embargo hay una planta de la zona litoral de las islas que no existe en ningún otro lugar del mundo, la Nolana galapagoensis. Es un hermoso arbusto de 1,5 metros de alto con numerosas ramas laterales. Las hojas tienen la forma de un bate de béisbol y se encuentran en agregados ceñidos, sencillos. Sus flores son solitarias, de blanca corola, en forma de embudo y con cinco lóbulos.
El nombre del género proviene del latín nola que significa pequeña campana. Se considera rara. La he visto en Punta Cormorán, en la isla Floreana; en Puerto Villamil, Isabela, donde incluso la utilizan como planta ornamental, y en Punta Pitt, isla San Cristóbal. En este último sitio sirve como arbusto ideal para la anidación de piqueros patas rojas.
A lo largo de los acantilados de la zona es una delicia observar el contraste de colores entre la verde nolana con el rojo intenso de las patas de los piqueros. Imagino que los polluelos crecerán contentos en tan acolchonada mata y que habrá intensa competencia por construir nidos en la mencionada planta, en lugar de hacerlo en las desnudas ramas de los palos santos, o en un debilucho crotón. Fantaseo en lo maravilloso y delicado que sería un ramillete de flores de nolana, pequeñitas, blancas, como campanitas del mejor cristal de Bohemia.
 
Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador

lunes, 15 de septiembre de 2014

Danza de cortejo: Cormoranes no voladores

Desde Las Encantadas 
Paula Tagle
nalutagle@eluniverso.com

“Deseo que la gente aprenda a observar, a deducir por sí misma. Que entienda que verdades absolutas no existen, en ningún reino o dominio... Es más importante tener claros los principios generales que explican su evolución”.
Diez turistas y yo observamos cada movimiento. Entiendo que cuando un guía está a cargo, surgen preguntas con la certeza de que él (o ella) tendrá el dominio sobre la totalidad de las respuestas. Pero no existen absolutos, en nada en la vida, y menos en el comportamiento animal.
Podemos albergar ciertas nociones sobre el tiempo de incubación de los huevos, la poliandria de la hembra cormorán, sin embargo, una descripción orquestada del mínimo detalle es imposible.
¿Cuántos minutos cortejan en el agua? ¿Hasta qué profundidad se sumergen durante la danza? ¿Qué es lo que impresiona a la hembra para hacer su elección final? Y es para volverse loco, no precisamente porque no me pueda inventar una respuesta, deducirla con base en lo que he leído o en mi propia experiencia.
Me frustro porque lo que realmente quiero transmitir a los visitantes es que no hay absolutos y que solo a través de largas y detalladas observaciones, de hipótesis probadas o refutadas se puede llegar a una conclusión, y ni siquiera entonces se logrará un dictamen definitivo, porque ciencia es justamente todo lo opuesto a dogma. Además, muchos detalles tampoco tienen relevancia alguna; si incuba un huevo 35 o 36 días, ¿qué diferencia hace?
Importa más bien entender que son los únicos cormoranes no voladores en el mundo, un ejemplo de cómo en aislamiento han perdido su capacidad de volar, tal como ha ocurrido en muchas otras islas, con muchas otras aves. Usando al cormorán áptero como ejemplo, podemos entender los diferentes pasos en el largo camino de la evolución de una especie: los ancestros arribaron hace millones de años, se trataba seguramente de una población pequeña no necesariamente representativa de la población original, eso es el efecto “cuello de botella”.
Si ocurrió una mutación, esta se dispersó rápidamente entre los pocos individuos; si los cambios aportaron ventajas para su supervivencia, se reprodujeron, pasaron sus genes a la siguiente generación, y así sucesivamente la naturaleza fue favoreciendo a aquellos que eran mejores buzos, más pesados, de patas grandes. Pudieron “sacrificar” su capacidad de volar gracias a que en Galápagos su único posible depredador, el gavilán, es poco abundante.
Admito que es tentador improvisar historias: son 17 minutos de danza en el agua. Forman círculos cada vez más cerrados, el macho tras la hembra, la hembra frente al macho, aunque en cierto punto ya no se diferencia quién va atrás de quién.
Componen un corazón con sus largos cuellos casi enlazados, pero de pronto la hembra se zambulle a 12,3 metros, el macho la sigue. Aparecen otra vez a 32 metros del punto original. El círculo empieza a cerrarse. Luego de 13 minutos salen del agua y hacen exactamente lo mismo en tierra, y así sucesivamente durante 6 horas y 22 minutos.
Entonces el macho trae “obsequios”: algas, estrellas marinas, erizos muertos. Ella los acomoda, forma un nido, copulan...”. No es difícil decorar un testimonio basada en mis observaciones de veinte años en las islas. Pero no quiero mentir, dar la impresión de dominar a la naturaleza.
Deseo que la gente aprenda a observar, a deducir por sí misma. Que entienda que verdades absolutas no existen, en ningún reino o dominio, y que si bien es importante instruirse sobre una especie específica, es tanto o más importante tener claros los principios generales que explican su evolución.
¡Es mi absoluta palabra!
Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador

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