lunes, 15 de septiembre de 2014

Danza de cortejo: Cormoranes no voladores

Desde Las Encantadas 
Paula Tagle
nalutagle@eluniverso.com

“Deseo que la gente aprenda a observar, a deducir por sí misma. Que entienda que verdades absolutas no existen, en ningún reino o dominio... Es más importante tener claros los principios generales que explican su evolución”.
Diez turistas y yo observamos cada movimiento. Entiendo que cuando un guía está a cargo, surgen preguntas con la certeza de que él (o ella) tendrá el dominio sobre la totalidad de las respuestas. Pero no existen absolutos, en nada en la vida, y menos en el comportamiento animal.
Podemos albergar ciertas nociones sobre el tiempo de incubación de los huevos, la poliandria de la hembra cormorán, sin embargo, una descripción orquestada del mínimo detalle es imposible.
¿Cuántos minutos cortejan en el agua? ¿Hasta qué profundidad se sumergen durante la danza? ¿Qué es lo que impresiona a la hembra para hacer su elección final? Y es para volverse loco, no precisamente porque no me pueda inventar una respuesta, deducirla con base en lo que he leído o en mi propia experiencia.
Me frustro porque lo que realmente quiero transmitir a los visitantes es que no hay absolutos y que solo a través de largas y detalladas observaciones, de hipótesis probadas o refutadas se puede llegar a una conclusión, y ni siquiera entonces se logrará un dictamen definitivo, porque ciencia es justamente todo lo opuesto a dogma. Además, muchos detalles tampoco tienen relevancia alguna; si incuba un huevo 35 o 36 días, ¿qué diferencia hace?
Importa más bien entender que son los únicos cormoranes no voladores en el mundo, un ejemplo de cómo en aislamiento han perdido su capacidad de volar, tal como ha ocurrido en muchas otras islas, con muchas otras aves. Usando al cormorán áptero como ejemplo, podemos entender los diferentes pasos en el largo camino de la evolución de una especie: los ancestros arribaron hace millones de años, se trataba seguramente de una población pequeña no necesariamente representativa de la población original, eso es el efecto “cuello de botella”.
Si ocurrió una mutación, esta se dispersó rápidamente entre los pocos individuos; si los cambios aportaron ventajas para su supervivencia, se reprodujeron, pasaron sus genes a la siguiente generación, y así sucesivamente la naturaleza fue favoreciendo a aquellos que eran mejores buzos, más pesados, de patas grandes. Pudieron “sacrificar” su capacidad de volar gracias a que en Galápagos su único posible depredador, el gavilán, es poco abundante.
Admito que es tentador improvisar historias: son 17 minutos de danza en el agua. Forman círculos cada vez más cerrados, el macho tras la hembra, la hembra frente al macho, aunque en cierto punto ya no se diferencia quién va atrás de quién.
Componen un corazón con sus largos cuellos casi enlazados, pero de pronto la hembra se zambulle a 12,3 metros, el macho la sigue. Aparecen otra vez a 32 metros del punto original. El círculo empieza a cerrarse. Luego de 13 minutos salen del agua y hacen exactamente lo mismo en tierra, y así sucesivamente durante 6 horas y 22 minutos.
Entonces el macho trae “obsequios”: algas, estrellas marinas, erizos muertos. Ella los acomoda, forma un nido, copulan...”. No es difícil decorar un testimonio basada en mis observaciones de veinte años en las islas. Pero no quiero mentir, dar la impresión de dominar a la naturaleza.
Deseo que la gente aprenda a observar, a deducir por sí misma. Que entienda que verdades absolutas no existen, en ningún reino o dominio, y que si bien es importante instruirse sobre una especie específica, es tanto o más importante tener claros los principios generales que explican su evolución.
¡Es mi absoluta palabra!
Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador

viernes, 5 de septiembre de 2014

Iguanas voladoras: ¿Es posible que lo hagan?

Las iguanas marinas de Galápagos son especies endémicas del Archipiélago.
Desde Las Encantadas 
Paula Tagle
nalutagle@eluniverso.com

“Son las únicas en el mundo que se alimentan en el océano. Como la mayoría de las demás iguanas, son también herbívoras, pero nutriéndose de plantas marinas, es decir, algas, en especial del genero ulva”.
Supe de ellas gracias a mi amigo Bolívar Sánchez. Él las había visto en Española, es más, solamente allí se han reportado. Pensaba yo que se trataba de un chiste de Don Bolo para ganarse el corazón de los turistas, pero en efecto un día, mientras observaba el hueco soplador de Punta Suárez la vi, una iguana voladora, a más de 5 metros de la roca, elevada por la fuerza del agua que pasa a través de una fisura. Siendo las criaturas que son, impávidas ante cualquier fenómeno, es obvio que a pesar de que la marea fuera creciendo, la iguana, inmutable, seguía en su misma locación, hasta que en cierto punto la presión de las olas fue tal que la lanzó a volar por los aires. Volvió a tierra en pocos segundos, y sin aparente sobresalto, retomó su posición sobre las rocas.
Para mí las iguanas marinas son especies fascinantes. Y también lo fueron para Darwin. Él descubrió que se alimentaban de algas marinas, y dedujo, por la poca cantidad visible en la zona litoral, que las iguanas seguramente buceaban para alimentarse. Así ocurre en efecto, las iguanas más pequeñas se sustentan en el área de entre mareas, mientras que los machos pueden llegar hasta a 15 metros bajo la superficie.
En su tenacidad y curiosidad imparables, Darwin decidió también probar si las iguanas se sentían más “cómodas” en tierra o en el mar. Tomó por la cola un ejemplar de tamaño significativo y lo lanzó al agua. La iguana retornó inmediatamente a la costa, en lugar de escapar de este joven obstinado, que otra vez la enviaría al mar. La iguana insistió en volver a las rocas, a pesar de la presencia de Darwin.
El naturalista anotó en su diario: “a lo mejor esta pieza singular de aparente estupidez se explique debido a las circunstancias, que este reptil no tiene ningún enemigo en tierra, mientras que en el océano seguramente es frecuente presa de los numerosos tiburones. Por tanto, probablemente urgida por un fijo y hereditario instinto de que las costas son un lugar seguro, cualquiera que sea la emergencia, toma refugio allí”.
Las iguanas marinas de Galápagos, Amblyrhynchus cristatus, son las únicas en el mundo que se alimentan en el océano. Como la mayoría de las demás iguanas, son también herbívoras, pero nutriéndose de plantas marinas, es decir, algas, en especial del genero ulva. Se ha determinado que esta es una adaptación más bien de comportamiento, y no enteramente fisiológica. Como ejemplo esta la iguana marina de Seymour norte que en años de El Niño, completa su dieta con una planta costera (Batis marítima).
Son pocos los lagartos que exploren el ambiente marino. En las Filipinas vive una especie de gecko que se ha reportado cazando cangrejos; en la isla de Cerralvo, fuera de las costas de California, hay un tipo de lagartija que ocasionalmente hace lo mismo. En la isla de Malpelo, Colombia, existe un escinco (o eslizón) que se alimenta de crustáceos en la zona de entre mareas, igual ocurre en una pequeña isla cerca de Madagascar, Nosy Bé. Pero nuestra iguana marina de Galápagos es la única que se clava en el mar para obtener su alimento. Y la iguana de Punta Suárez además, es la insólita iguana voladora de la que he escuchado hablar.
Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador

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