domingo, 31 de agosto de 2014

Rata de arroz: Roedor endémico

Desde Las Encantadas 
Paula Tagle
nalutagle@eluniverso.com

“Que la han visto, que estaba enredada en una bolsa, que es preciosa, peluda, ojos inmensos. Finalmente entiendo: se habían topado con una ratita de arroz, más bien la habían “atrapado”, sin querer”.
Los pasajeros retornan de la isla Santa Fe; los recibo en el portalón del barco, y desde varios metros antes de su arribo puedo escuchar la algarabía. Ni siquiera se han asegurado a la escala, cuando atropelladamente intentan contarme el motivo de su emoción. Que la han visto, que estaba enredada en una bolsa, que es preciosa, peluda, ojos inmensos. Finalmente entiendo: se habían topado con una ratita de arroz, más bien la habían “atrapado”, sin querer.
Les hacía gracia que Walter Pérez, el guía del grupo, se pasara las dos horas de caminata buscando al animal; incluso ofreciendo premio al primero que la descubriese. Pero las ratas de arroz no son avistamientos comunes, es más, en mis años en Galápagos jamás me he topado con una. El sol comenzaba a ocultarse, la luz perfecta de las seis de la tarde iluminaba el sendero a la playa, y cuando los huéspedes se reunían para retornar al barco, allí estaba, una ratita de arroz con los incisivos enredados en el bolso de un pasajero. Y claro, primero las risas, tanto afán en encontrarla, para hallarla en el punto de partida. Luego vinieron las fotos, las explicaciones, la alegría, y después la liberación del animalito. Con mucho cuidado Walter tuvo que cortar los hilos del bolso, porque no había manera de que el pequeño roedor se desenredara. Al final fue soltado, y por unos segundos permaneció estático, seguramente agradecido, con un pedazo de tejido colgándole aún entre los dientes, para luego desaparecer de inmediato entre montes salados y sombras.
La muy traviesa rata se había metido en aquel lío por andar royendo lo que encuentra a su paso. Su dieta va de semillas de hierbas a frutas y semillas de cactus, lantana, muyuyo, ramas de monte salado, pasando por saltamontes y gusanos.
No quedan muchas islas con ratas endémicas. Son apenas tres: Fernandina, que posee dos especies únicas; San Salvador, con una especie que se pensó extinta y fue redescubierta en 1997, y Santa Fe, con la ratita “come bolsos de pasajeros”, de nombre científico Aegialomys bauri (Allen, 1892), antes conocida como Oryzomys galapagoensis bauri.
Conocemos sobre su existencia gracias a restos de huesos hallados en “egagrópilas” (bolas formadas por restos de alimentos no digeridos) regurgitadas por lechuzas y búhos, principales depredadores de las ratas de arroz. Desaparecieron básicamente luego de la introducción de la rata negra (Rattus rattus) que llegara accidentalmente en los barcos que arribaron a las islas durante los últimos siglos. Las ratas negras pueden haber traído consigo enfermedades y parásitos que decimaron las poblaciones de nuestra rata endémica, a más de competir superiormente con ellas.
Pero, afortunadamente, Santa Fe no posee Rattus rattus, lo mismo ocurre en Fernandina, por lo que sus poblaciones de ratas de arroz han sobrevivido. Y como todo animal de Galápagos, son relativamente inocentes y curiosas.
Hace muchos años una amiga mía, recién investida como guía del Parque, casi mata una ratita de arroz fisgona, como la nuestra. Pensó que se trataba de un mamífero introducido. Si se topan con un roedor pequeño, peludo, de ojos gigantes, husmeando y mordiendo sus cosas, en las islas Santa Fe, Fernandina o San Salvador, considérense afortunados y observen cada detalle de la endémica ratita de arroz.
Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador

viernes, 29 de agosto de 2014

Seymour Norte: Magia única

A los piqueros de patas azules también se los pueden observar en la isla Seymur Norte. Foto: Archivo.
Desde Las Encantadas 
Paula Tagle
nalutagle@eluniverso.com

“El tiempo no ha pasado en esta isla. Los animales han seguido con sus vidas, ignorantes de cualquier evento externo. Que si hay nuevo aeropuerto a la vuelta de la esquina, en la isla de al frente, que si aumentó el turismo, que si hay nuevas reglas en el parque, o barcos diferentes”.
Desde el avión ya se la mira. Un pedacito de tierra que hace cientos de miles de años estuvo bajo el mar. Apenas alcanzan los ojos a posarse en su plano y homogéneo aspecto, porque su área diminuta en segundos da paso a la pista de Baltra, a los cactus Opuntia y palos verdes que rodean el aeropuerto.
Me refiero a Seymour Norte, un lugar que no había pisado en mucho tiempo, calculo que incluso un par de años. La había visto desde el barco, cada quince días. Entre diciembre y abril con olas feroces abatiendo contra su costa norteña, y durante el resto de los meses, rodeada de aguas calmas casi siempre.
No tuve que caminar sus senderos, era más útil a bordo. Pero esta tarde me tocó desembarcar, y fue un viaje en el tiempo.
Desde que me acercaba ya podía escuchar a los conocidos habitantes de la isla en sus constantes sonidos de todo tipo y para varios propósitos. Los piqueros cortejando, los machos fragata común alterándose ante el paso de una hembra común, con llamados distintos a los de la fragata magnífica al arribo de una hembra magnífica. Los lobos en sus constantes gemidos, que si son machos, patrullan con feroces rugidos desde el agua, que si son bebés lloran, o se comunican entre ellos, y diría yo que incluso intentan hacerlo con nosotros, los humanos.
Corría un tibio viento, nubes espesas cubrían el sol ecuatorial por lo que la temperatura era bastante agradable. Iba yo sola, a encontrarme con el grupo de huéspedes. Caminaba entre las rocas, que se me hicieron fáciles, suaves, ¿será que se han erosionado considerablemente al paso de tanta gente y bicho? Las noté redondeadas, ya no un grave reto que sortear, como eran para mí hace veinte años, cuando llevaba de la mano gente octogenaria que no deseaba perderse de nada.
Sí, definitivamente las rocas se sentían, se veían más planas y asequibles. Luego estaban los lobos, como si el tiempo no hubiera pasado. Y los machos fragata, a montones, en su despliegue de colores, intentando impresionar a las hembras que desde el aire eligen al mejor postor.
Estaban juntas ambas especies, con apenas centímetros de distancia entre nido y nido o entre prospecto de nido. Con las plumas verdes brillantes, los machos comunes, y las plumas magenta los magníficos. Esto evita la confusión de las hembras, que apuntan a la especie correcta, a pesar de que estén todos mezclados en el mismo pedazo de monte salado. Los ojos de las hembras magníficas con aros azules, los de las comunes, rojos. Nadie se complica. De pronto veo una iguana abrazada a un pedazo de lava, como queriendo absorber todo el calor que la roca pudiera emanar en una tarde que se torna cada vez más fría.
No hay olas, no veo lobos surfeando, pero sí una inmensa iguana terrestre que camina a buscar refugio en algún agujero propio entre los cactus.
El tiempo no ha pasado en esta isla. Los animales han seguido con sus vidas, ignorantes de cualquier evento externo. Que si hay nuevo aeropuerto a la vuelta de la esquina, en la isla de al frente, que si aumentó el turismo, que si hay nuevas reglas en el parque, o barcos diferentes. Para estas criaturas es el mismo ir y venir de las nubes, del sol, una vuelta tras otra alrededor del astro nuestro; ellos continúan con sus rutinas y yo me sumerjo en la magia de regresar en el tiempo, como al primer día en que pisé las islas. No noto ninguna diferencia… ¡Ojalá yo también fuera la misma!
Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador

miércoles, 27 de agosto de 2014

Batalla marina: ¿Quién es el ganador?

Una damisela (i) protege su ‘cultivo’ de algas contra una iguana marina de Galápagos.
Desde Las Encantadas 
Paula Tagle
nalutagle@eluniverso.com

Las iguanas se alimentan también de algas. Para ello bucean, y dependiendo del tamaño o edad del individuo, irán a mayores profundidades o se alejaran más de la costa. La única criatura que se dedica a cuidar y cosechar su propia parcela es la damisela.
Les presento a Goliat y David, o más bien Godzilla versus una aparentemente inofensiva criatura. Se trata de la iguana marina de Galápagos enfrentada a la persistencia del pez damisela de cola amarilla. Este pequeño animalito compensa su tamaño con obstinación y audacia, y ferozmente intenta por cualquier medio librarse del reptil que invade su reducido feudo.
Recuerdo a Nemo y su pertinaz padre que recorriera el océano para rescatarlo. Pues las damiselas y los peces payaso son de la misma familia, Pomacentridae, y una de las características de comportamiento en la que coinciden es su territorialidad. Mientras que los peces payaso pasan la vida entera a pocos centímetros de la anémona que han elegido como hogar, las damiselas protegen incansables su minúsculo campo de algas que literalmente cultivan.
En efecto, el pez damisela y el garibaldi, también de la misma familia, son las únicas especies conocidas hasta el momento que ‘pastorean’ su propia comida. Patrullan bravamente un pedazo de arrecife para impedir que ningún otro herbívoro se acerque. Además, algunos se concentran en una especie de alga específica, desarraigando cualquier otra intrusa; es decir, practican el monocultivo bajo el mar.
Hay damiselas de variados colores y tamaños. Están las gigantes, que cuando juveniles presentan puntitos azules iridiscentes que son el encanto y la sorpresa de quienes hacen buceo de superficie. Están las damiselas cabeza chichón o la jaquea rabo blanco. La de la foto es la damisela de cola amarilla, conocida también como castañeta coliamarillo (Stegastes arcifrons), a la que Cindy Manning filmó luchando incansable por librarse de una iguana marina.
Las iguanas se alimentan también de algas. Su alga favorita es del género ulva, alga verde, y aparentemente deliciosa, porque también la prefieren cangrejos sayapas, erizos lapiceros, peces chanchos, y por supuesto, las damiselas.
Sin embargo, la única criatura de las mencionadas, que se dedica a cuidar y cosechar su propia parcela, es la damisela. Agita sus diminutas aletas pectorales, ondulando de vez en cuando la cola para ir de una esquina a la otra, rápida o lentamente, según lo que ocurra a su alrededor. Un experimento que hacía cuando recién vine a las islas era justamente probar la territorialidad de este pececito. Ponía piedritas en pleno centro del afanado jardín. Y apenas la había colocado, la damisela embestía furiosa, casi siempre valiéndose de su boca, de voluminosos labios color naranja, y con toda la fuerza de su pequeño cuerpo se libraba del estático intruso. Así ocurre con lo que aparezca en su espacio.
En ocasiones algún cardumen considerable de pez chancho invade un arrecife para devorar vorazmente cuanta alga encuentre. Entonces, frenéticas, las damiselas empujan, muerden, aletean y del esfuerzo, o el coraje, hasta cambian de color, su rostro palidece.
La batalla que Cindy capturó en imágenes duró varios minutos. La damisela mordía a la iguana en el hocico, en las patas, la empujaba con la boca, mientras el reptil, inmutable, continuaba alimentándose, esto a cuatro metros bajo la superficie del mar. Si eventualmente la iguana decidió moverse, no fue precisamente por la persistencia de la damisela, que produciría meras cosquillas en la piel escamosa del reptil. Se mudaría a buscar un nuevo jardín, tal vez de otra agraviada damisela, para continuar con el festín.
Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador

domingo, 24 de agosto de 2014

El gavilán de Galápagos: Conocer su comportamiento

El número de gavilanes de Galápagos llega a 500 individuos en todo el archipiélago. Su espacio se ha visto reducido.
Desde Las Encantadas 
Paula Tagle
nalutagle@eluniverso.com

“Son cazadores de campo abierto, sus presas en condiciones normales son roedores, pájaros pequeños, reptiles e insectos. En la época en que los chivos devoraban plantas, los territorios de los gavilanes se extendieron a toda la isla”.
No son abundantes, a lo mucho llegan a 500 individuos. Sin embargo, últimamente, cada vez que vamos a Espumilla, en la isla San Salvador, encontramos hasta una docena de gavilanes de Galápagos, entre adultos y juveniles, que nos miran curiosos desde árboles y rocas del sendero.
Durante el programa de erradicación de chivos, el gavilán de San Salvador contó con alimento extra, y esto seguramente contribuyó a que sus números aumentaran. Porque el Buteo galapagoensis también come carroña. Para el 2006, San Salvador se convertía en la isla más grande del mundo donde se ha logrado la completa erradicación de ungulados introducidos. Desde entonces ya no cuentan con carne de chivo como fuente excedente de sustento. Pero el problema real al que se enfrentan es que la vegetación crece sin control.
Ocurre que en San Salvador los herbívoros naturales eran iguanas y tortugas terrestres. Las iguanas se extinguieron hace más de un siglo, por depredación de parte de cerdos y competencia con los chivos. Casi ocurrió igual con las tortugas, que no pasan de 2.000 individuos, número insuficiente para mantener la vegetación en equilibrio.
Son cazadores de campo abierto, sus presas en condiciones normales son roedores (hay una especie de rata de arroz única en San Salvador), pájaros pequeños, reptiles e incluso insectos. En la época en que los chivos devoraban cualquier tipo de planta, los territorios de los gavilanes se extendieron a toda la isla.
Hoy, en que las partes más elevadas de San Salvador se vuelven a cubrir de denso follaje, los gavilanes seguramente tendrán que redistribuir sus dominios, y básicamente reducirlos.
Mi hipótesis (no soy experta en el tema) es que vemos más gavilanes en Espumilla porque este sitio de visita se encuentra en la zona árida, un hábitat abierto, donde las presas son bastante visibles. A lo mejor los gavilanes que antes cazaban en zonas altas hoy buscan nuevos territorios, habrá mayor competencia, las áreas por familia de gavilanes se verán reducidas, y menor número de crías podrá alcanzar la edad de madurez sexual. Pero existe un grupo haciendo justamente este tipo de investigación. Es el estudio de tesis que se inició en el 2010, para la maestría de una estudiante ecuatoriana, el título: Ecología en la alimentación de gavilanes luego de la erradicación de chivos de San Salvador.
Estamos también aprendiendo sobre el comportamiento de los gavilanes a través del proyecto de restauración de Pinzón, una isla de 1.800 hectáreas de extensión. Aquí, el Parque Nacional Galápagos trabaja con el Centro de Raptores de la Universidad de Minnesota, la Fundación Charles Darwin, Island Conservation y laboratorios Bell.
Julia Ponder, doctora de la Universidad de Minnesota, pasó las últimas semanas del 2012 capturando los 60 gavilanes que habitan la isla. La idea era marcarlos, tomar muestras de ADN a la vez que guardarlos en cautiverio mientras se exterminaban las ratas. Si los roedores introducidos llegan a eliminarse por completo, no habrá ningún impedimento para que las tortugas que eclosionan en la isla Pinzón puedan alcanzar la madurez sexual y repoblar su isla.
Pero los gavilanes se alimentan de ratas, y el veneno utilizado para erradicarlas podría afectarlos. Por eso se los resguardó en alojamientos temporales. Entendiendo cómo funciona su ecología, podremos plantear eficientes programas de conservación.
Fuente: La Revista Guayaquil, Ecuador

LinkWithin

Blog Widget by LinkWithin